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Había despertado sobresaltado, como siempre, a consecuencia de haber estado despierto hasta las tantas con una botella en mano, acabando en algún lado perdido de sus pensamientos hasta que la presencia del alcohol hizo su trabajo de dejarlo dormido. Normalmente solía pasarle eso en la solitaria casa en el vecindario de los vencedores, donde lo poco que le mantenía cuerdo era que él era el único mentor del 12 que podría ayudar a los nuevos con el desafío... si es que ayudar significaba dar ánimos y pensar internamente con todas sus fuerzas que lograrán sobrevivir... Aunque ahora no estaba en su casa, estaba en ese estúpido tren de camino al capitolio, en ese cuarto donde se encerraba siempre con cuchillo en mano, que ahora que pensaba... ¿dónde lo había dejado?:

——— Un día me lo clavaré mientras duermo- será irónico...

Dijo con voz pesada y ronca al estar recién levantado, rebuscando en el suelo del cuarto para encontrar el objeto punzante cuanto antes. Pero sus manos encontraron a ciegas algo más gratificante para él, una botella medio vacía que al parecer se había asegurado de cerrar antes de dormirse, así que el líquido estaba intacto dentro del recipiente. Le dio una pequeña vuelta a la botella, pensando en si sería buena idea beber cuando el dolor de cabeza y las náuseas aún estaban a flor de piel:

——— . . . A la mierda todo esto, nunca será demasiado temprano para beber.

Destapó la botella y con un nuevo shot de alcohol removió sus pensamientos nublados por la antigua resaca, eso ya era rutina... Pero también recordaba que hacía allí, los juegos se volvían a celebrar, y él se suponía que debía hacer algo más que ser solo el hombre que tenía el apodo de "el mentor". Llenó de aire sus pulmones para intentar despejar la mente, aún no se creía que el capitolio se hubiera atrevido a llevar a los vencedores a la arena, mucho menos que los seleccionados finales hubieran sido los tributos que se habían ganado un hueco en su corazón, y como todos los años, desde que se había librado de la muerte, le tocaba rezar por que ganaran los del 12.

Dirigió su caminar, olvidando la misión de encontrar el cuchillo, buscando el vagón común dónde podía asegurarse de ver el camino que llevaban. Con los deslizadores no tardarían mucho en ver los edificios del capitolio, algo que personalmente le asqueaba, sólo podía sentarse en uno de los sillones de esa "sala común" y esperar a un final inevitable, un destino que iba a asegurarse de que sus tributos no salieran vivos de la arena. Sabía que Peeta y Katniss estaban devastados por las mismas noticias y los dos habían venido en su ayuda pidiendo cosas distintas. Pero al final había dado igual, su nombre había salido en la urna y el chico se había declarado voluntario... Se arrepentía de no haber podido usar una carta a su favor, pero por otro lado sabía que por dentro se sentía aliviado, temblaba al pensar que podría haber vuelto al infierno donde lo había perdido todo.

Un nuevo trago evitó que se notara el temblor de sus manos, el "favor" de Peeta ya estaba hecho, ahora le tocaba cumplir lo que le había prometido a Katniss, que Peeta sobreviviese, aunque no hacía falta que ella se lo pidiera, aunque no solo pensaba velar por el bien de uno... No lo decía pero ellos habían hecho un cambio en él, y ahora tenía que concentrarse para asegurarse que podía salvarlos a los dos fuera como fuera, iba a compensar estar fuera de juego. Pero ¿cómo?

Esos momentos muertos le mataban, por lo que no pudo negarse a otro golpe de bebida, pero no era culpa suya- ese silencio solo le avisaba de la calma antes de la tormenta... por lo que encontraba, en las tentaciones del alcohol, la escapatoria que siempre le habían ayudado con los problemas, complicando su autocontrol sobre la bebida. Lo único que le hizo negarse el trago fueron unos pasos de tacón que le hicieron regresar a la realidad, fijando sus ojos claros contra los azules contrarios. Sus hebras doradas estaban bien peinadas, un vestido blanco le había preparado lo mejor posible para ir al capitolio, era Madge Undersee, la hija del alcalde del 12. Se le quedó mirando unos segundos mientras que la chica, que con suerte le habían dejado subir al tren, se sentaba delante de él. No saludó, ella tampoco lo hizo así que no se vio en la obligación de concienciarse, quedándose unos segundos de silencio, se miraron mutuamente mientras los ojos tristes de la niña le hicieron retorcerse por dentro... ya que las preocupaciones que se reflejaban en los ojos de la chica eran idénticas en las suyas:

Balada de "Sinsajos sobre la nieve"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora