Capítulo 29

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El bosque entero estaba en llamas. Las cabañas donde habíamos descansado hace tanto tiempo no eran más que madera quemada y escombros negros. Las tropas de los Kensington aún estaban luchando, pero era cierto que los superaban en número. Las ninfas, sin embargo, estaban en la entrada de ese bosque sagrado que Kianna me había mostrado antes, protegiéndolo. Podía entenderlo, si Gael lograba incendiarlo, las ninfas morirían.

El dragón lanzó una llamarada hacia las tropas de Gael y, cuando pasamos muy cerca del suelo, Chasydi saltó con maestría y comenzó a luchar de inmediato. Yo me quedé sobre Shane mientras se movía esquivando ataques y, gracias al subidón de adrenalina, ni siquiera tenía miedo. Sin embargo, cuando un grupo de criaturas parecidas a las gárgolas comenzaron a perseguirnos, un instinto me inundó, como si escuchara la voz de Shane en mi cabeza diciéndome que debía bajar. Tan pronto se acercó al suelo, salté como lo había hecho Chasydi, sin tener la misma gracia y destreza, por lo que me lastimé el tobillo al caer porque al parecer la lucha no era lo suficientemente complicada para mí.
En cuanto pude levantarme miré alrededor y nada era como yo había imaginado. No era como en las películas, todo era un caos, había tanta sangre y cuerpos en el suelo rodeándome que por un momento sentí náuseas y deseos de salir corriendo en la dirección opuesta, pero recordé que era un Kensington y con una respiración profunda, tomé mi arco y la primera de mis flechas.
Entendí a que se refería Loïc al decirme que aún no estaba listo porque en ese momento, seguía vivo gracias a Chasydi quien cuidaba mi espalda de cualquier cosa que se me acercara. Mis tiros con el arco dejaban mucho que desear, aunque a veces servían de distractor hasta que ella podía encargarse de lo que fuera que nos atacara. No era tan malo en el combate cuerpo a cuerpo gracias a lo que Shane me había enseñado e incluso sabía como usar el arco para detener algunos ataques lo que me ayudaba a evitar terminar más herido.

Miré alrededor después del tercer hombre que caía a mi lado gracias a Chasydi. Todo era un caos, era imposible saber quién estaba ganando y por un momento no tuve la menor idea de qué hacer. No sabía si debíamos seguir esa batalla o huir, ni siquiera sabía cómo me daría cuenta de que era momento de correr o de si estábamos ganando. Y todo se complicó aun más cuando una de las gárgolas me embistió por la espalda llevándome con ella. Me sujetaba de la mano mientras veía que el campo pasaba debajo de nosotros y me sentí aterrado. No quería ser un prisionero de nuevo, no podía irme sin saber cómo estaba Loïc. Así que tomé una de las flechas en mi espalda y se la enterré en el estómago. La criatura emitió un sonido ahogado y me soltó. Caí de espaldas directo al pasto, los oídos me zumbaban y el mareo me impidió moverme. Me dije que debía concentrarme, estaba en medio de una lucha, no podía desmayarme. Me obligué a incorporarme despacio y, cuando estuve sobre mis rodillas, me di cuenta de que estaba dentro del busque sagrado de las ninfas, eso me hizo sentir más culpable cuando vomité.

—Dean, ¿eres tú?

Me levanté de inmediato ignorando el dolor y el mareo. Miré alrededor justo cuando Gael se movía entre los árboles sagrados que se apagaban cuando sus dedos los tocaban. Me giré hacia la entrada del bosque, ya no podía ver a ninguna ninfa ahí. Sobre nosotros el dragón seguía luchando con criaturas que nunca había visto y no tenía idea de dónde estaba Chasydi. Bueno, yo estaba prácticamente muerto. Mis habilidades de lucha no eran buenas y Gael era demasiado poderoso para mí. Pensé en correr, pero no llegaría muy lejos.

—Supongo que dejaste de llorar como un animal herido y aceptaste tu destino, justo a tiempo porque el reino acaba de perder a otro rey.

Sonrió de esa forma que me causaba escalofríos. A pesar del odio que sentí al verlo, me dije que debía mantenerme tranquilo y concentrado. Loïc estaba bien, tenía que estar bien porque nadie sería un mejor rey que él. Gael tocó otro árbol que se volvió negro y decidí que, aunque no tuviera ninguna oportunidad de ganar, tenía que hacer algo. Tomé una flecha, acomodé el arco y disparé. La flecha se incrustó en el árbol detrás de él y no estuvo ni siquiera cerca de su cuerpo. Su sonrisa se ensanchó.
Sí, estaba muerto.

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