Epílogo

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Loïc se acercó a mí una mañana un año después de que ganáramos esa guerra. Yo estaba sentado en el jardín que solía compartir con Shane. Mis ojos no se apartaban del cielo porque aún esperaba poder verlo, aún esperaba que ese dragón blanco apareciera volando hasta la entrada del castillo. Eso no pasaba, no importaba cuántas mañanas me quedara ahí, día tras día, semana tras semana.
Mi hermano se sentó a mi lado y siguió la dirección de mi mirada. Lucía cansado, pero era esa clase de cansancio combinado con alegría que solo tienen los que son padres. Unos meses atrás había nacido el primer heredero al trono en el clan de los Kensington desde la muerte de nuestros padres. El pequeño Sheehan Kensington tenía los rasgos de Loïc, pero en mi opinión, era mucho más lindo que él. Con su nacimiento yo había conocido otra clase de amor y estaba loco por él.

—Deberías de escribir nuestra historia —dijo mi hermano sin mirarme, con la vista aún en el cielo—. La historia de cómo los Kensington regresaron a su hogar, de la guerra y de aquellos a quienes perdimos en ella.
No respondí. El pecho aún me dolía al recordar que Shane había sido uno de ellos.
—Sheehan querrá leerla algún día.

No me consideraba un escritor, pero en algún punto con el pasar de los días consideré la posibilidad de hacerlo, especialmente porque no quería olvidar a Shane y no quería que nadie lo hiciera. Todos debían recordar a ese maravilloso Odjur que me había amado como nadie nunca lo haría.
Resultaba gracioso pensar que durante toda nuestra vida en el reino, Loïc y yo habíamos buscado siempre la justicia para nuestro pueblo, pero la vida no era así. Sería justo que yo pudiera vivir al lado de Shane, que pudiera mirarlo cada mañana al despertar, que pudiera abrazarlo cada noche antes de ir a dormir, que pudiera escuchar su voz grave y su risa. No, la vida no era justa, pero nunca se nos prometió que lo sería. Tenía a mi familia, tenía a mi pueblo y a mis amigos. No era suficiente, pero amenguaba el dolor de la pérdida y la soledad.

Así que una mañana decidí hacerlo. Tomé una máquina de escribir y bajé a la biblioteca secreta donde me senté por horas para contar mi historia, nuestra historia. Hablé sobre la vida normal en la ciudad y sobre la traición y el amor. Sobre las criaturas maravillosas que conocí, sobre responsabilidades y peleas. Sobre un Odjur que había conocido quizá por coincidencia o por destino y que había cambiado mi vida para siempre.
Pero todo había comenzado una noche, aquella noche que jamás olvidaría porque era imposible hacerlo.

Y así fue como comenzó esta historia:

Se llamaba Luka...

¿El final?

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