¿Cómo quieres ser mi amigo?

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Hacía rato que la noche había descendido sobre el paseo marítimo. Los dos caminaban por él, muy juntos aunque con la mínima distancia de respeto. Reían.

–No te entiendo, si esa parte es genial.

–Esa parte es horrible. Soy yo el que no entiende cómo se te ha ocurrido meterme en esa película.

–Ya, ya. Se le llama género de acción y son películas donde pasan cosas.

–Demasiadas cosas para mi gusto.

Llegaron a una zona fuera de sus habituales rutas de footing, donde el paseo se ensanchaba y los chiringuitos y restaurantes cubrían más territorio por metro cuadrado. Mihawk le guio hasta un local de buen ver, nada pretencioso; agradable y tranquilo. En la terraza olía amar.

–Siempre he comido muy bien aquí.

No estaba en sus planes una cena tan formal en su segunda no-cita, sin embargo, cuando lo propusieron después del cine les sonó bien.

–Creí que sería más caro –dijo el peliverde con la carta por delante–. Pero es verdad que si compartimos unas cuantas tapas sale barato. ¿Qué te apetece?

–Elige tú, no tengo preferencia. Lo que sí pediré será un vino.

–Que sean dos. ¿Hum? –se fijó en un plato del menú–. Tienen ensalada poké.

–¿Ensalada? –se entretuvo–. No te imaginaba yo tan vegetariano.

–¿No eras tú el que conocía este sitio? –respondió ruborizado–. Es una ensalada que va con arroz de sushi, no con lechuga, y salmón –se lo pensó–. Si no te hace gracia pedimos otra cosa.

La camarera llegó y les tomó nota. Al final, con el pique entre ambos, acabó pidiendo la ensalada.

–Oh, poké de salmón–dijo ésta–. Su hijo tiene muy buen gusto.

Nadie la corrigió antes de que se fuera. Una vez solos, Mihawk siguió a cuadros; Zoro se llevó los nudillos a taparse le boca.

–Si fueras tú el de los veinte años más no te reirías tanto.

–La cara que se te ha quedado, papá.

El resto de la velada siguió con naturalidad, el ambiente se mantuvo confortable, divertido. El peliverde continuó con que la película que habían visto merecía de alguna forma; le hablaba de planos y movimientos de cámara, del montaje; aunque el mayor comprendía una media era incapaz de comprar un largometraje de ese tipo. Eran muy distintos, tampoco chocaban.


Al rato...


Se quitaron los zapatos y los calcetines, se arremangaron las perneras. La arena de la playa se sentía suave y fría bajo sus pies conforme se dirigían aun montículo, sembrado de hierba verde y palmeras, a mitad de camino entre las losas del paseo y la orilla. Allí sentados, contemplaron el cielo fundido con el mar en un todo oscuro.

Zoro se tumbó con los ojos cerrados. El sonido de las olas le mecía. Ojalá se sintiera así más a menudo, durante más tiempo. Un recuerdo le presionó el pecho.

–Mihawk –le llamó, dudó de lo que iba a confesar–. Hacía tiempo que no comía tan bien.

El mayor rio entre dientes.

–Tampoco has dejado que piense lo contrario, has devorado como si llevaras días en ayunas.

Zoro le sonrió, sólo con los labios, los ojos permanecieron en otro tono.

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