Como si no hubiese pasado

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Nami, por trigésimo cuarta vez, salió del probador. Con su pose de modelo impecable y aún así un poquito más que harta a esas alturas.

–¡Mi querida pelirroja, eres como una diosa ninfa, una princesa elfa, una sirena que...!

–¡Sanji, ya! –le cortó–. Vine porque me dijiste que Pudding y yo tenemos la misma talla –obvió cómo el rubio se sabía sus tallas–. ¿En serio me trajiste para que te ayudara o sólo querías ponerte en plan baboso?

–Perdona, tienes razón. No lo puedo evitar. ¡Las mujeres hermosas atrapáis mi corazón! –se hizo el príncipe melancólico.

La joven puso los ojos en blanco.

–Estoy cansada, escoge uno de los conjuntos que me he probado y vámonos. Menos este vestido, éste me lo quedo yo.

–Deja que te lo pague en agradecimiento –se reverenció elegante.

–Oh, gracias, lo daba por hecho.

También la invitó a una merienda por el centro comercial; quizás por amabilidad, quizás por fingir un rato más que eran novios. A la pelirroja no le importaba, estaba acostumbrada a ese trato, Sanji era así desde niños; su hermana Reiju era la única mujer con la que no se comportaba como, según él, un caballero. Por eso en el instituto sus relaciones eran de poco más de un mes, y eso las más largas; exceptuando a Zoro, Sanji, no había conocido lo que era una relación duradera.

Y el caso de Pudding está por ver, pensó Nami. Recordaba la actitud indiferente de Zoro cuando Sanji se pasaba la noche cortejando a unas y a otras, como si no le importase lo que hiciera o dejase de hacer el rubio. Sin embargo, en Pudding se veía una adoración genuina, no merecía aguantar eso.

Se fijó de reojo en su amigo, se preguntó si Sanji si cambiaría por ella. Por Zoro aceptó de muchas cosa fuera de sus parámetro, cedió a otras tantas, no obstante, tampoco es que alterara la esencia de lo que venía siendo él.

–¿En qué piensas? –le preguntó el rubio.

–En nada. ¿Nos damos una vuelta más por las tiendas?

Se pasearon de un escaparate a otro, hasta que Nami se interesó por una boutique de accesorios. Estudiaba, uno a uno, los colgantes que llevaban un perchero giratorio.

–¿Qué tal os fue el sábado? –volvió a hablar su amigo– ¿salisteis por ahí? Perdón por no aparecer, a Pudding y a mi se nos fue la hora.

Su voz empalagosa y su cara de viejo verde cuando pronunció la última frase incomodó demás a la joven pelirroja.

–Sólo fuimos a casa de Luffy y Zoro, ni siquiera salimos después.

Uno de los abalorios le llamó la atención: se trataba de un colgante en forma de pluma de pavo real, elegante, discreto. Lo tomó con cuidado unos segundos, pasó la yema de sus dedos, sonrió con ternura.

–Oh, qué buen gusto. Deja que...

–Quita, éste va de mi cuenta –satisfecha, sacó el colgante del perchero, se dirigió donde la caja registradora–. Para regalo, por favor.

Al final de la tarde, Sanji seguía el paso de Nami con una ristra de bolsas en cada mano.

–¿Entonces no me perdí más allá de lo normal? –preguntó de nuevo él.

Ella se lo pensó un par de veces antes:

–Con nosotros estuvo Mihawk, el novio de Zoro.

Sanji contuvo su repullo de sorpresa.

–¿En serio? Si llevaban poco tiempo juntos.

–Más de un mes, creo. Entra dentro de lo normal.

–Dentro de lo normal, supongo –dijo no muy convencido–. Con lo que se cabreó cuando traje a Pudding pensé que se aplicaría el mismo parche.

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