Distorsión II

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Al principio se alivió, lo había soltado por fin y creyó que el rechazo de Kuina no estaba siendo tan doloroso, que había sido peor la incertidumbre que la negativa respuesta de la chica. Incluso aguantó el tipo cuando sus amigos le hicieron bromitas. Sin embargo, al paso de los días, se desinfló. Cuando se dio cuenta, llevaba cuatro días seguidos encerrado en su cuarto como el niño deprimido de trece años que era.

Esa tarde, apenas levantaba cabeza; se puso los auriculares, subió el volumen de la música y se tiró sobre su pupitre con los brazos cruzados alrededor de la cara.

Al rato, muy lejano, le despertó un par de golpes de nudillos en su puerta. Pensó que era Perona. La ignoró, incluso cuando percibió que la puerta se abría y se acercaban unos pasos a su espalda. La ignoró y esperó a que se cansara de meter las narices en lo que no le importaba.

Un golpe seco en su coronilla le hundió la barbilla en la madera de la mesa.

–¡Pero qué mierd...! –se volvió con ira. La presencia de Sanji le detuvo en seco.

–Te estaba llamando, idiota –le dijo el rubio–. Baja el volumen antes de que te quedes como un tapia.

–¿Qué haces aquí? –se quitó los auriculares.

–Ver si ya te habías cortado las venas, quizás me he adelantado un poco. Aunque por las pintas de emo que no se ducha que traes poco te falta.

–Péinate el flequillo y luego me hablas de quién parece emo.

–Oye, que lo mío es estilo, lo tuyo es decrepitud.

–Claro que sí –dijo con sarcasmo –. ¿Cómo no me de hado cuenta?

–Porque estas subdesarrollado.

–¿Y me lo dice un maniquí retrasado como tú?

–Te lo dice el encantador caballero al que no han rechazado en su cara.

–¡A ti te rechazan dos tías por semana! ¡Sin contar las que te dejan por pesado!

–¡Yo por lo menos no soy un ladrillo emocional que nunca ha tenido novia y para cuando quiere tenerla le mandan a paseo!

–¡Qué te den!

–¡Qué te den a ti!

Al final le dieron a los dos, un bocinazo, por parte de Perona. La pelirosa estaba estudiando y las peleas de esos dos se escuchaba en todo el bloque.

–Oh, perdónanos dulce y gótica Perona, ahora mismo le enseño modales a tu hermano.

La chica cerró mosqueada y amenazante la puerta. Los dos chicos se miraron.

–Bueno, ¿has venido para algo? Aparte de para tirarle los trastos a mi hermana y tocarme las narices, digo.

El aura del rubio se tornó más suave, le ofreció una fiambrera de plástico a Zoro, con la que seguramente le había arreado antes. El peliverde, extrañado, la recogió y abrió. Eran galletas rellenas.

–El relleno es de café. Después es verdad que las he bañado hasta la mitad en chocolate, para el mal de amores siempre viene bien, dicen, pero era de un ochenta por ciento de cacao, no creo que te resulten demasiado empalagosas.

En aquella época, Sanji esperaba a que su padre y sus hermanos no estuvieran en casa para cocinar, iba muy lento con su aprendizaje autodidacta y no tenía la confianza que más tarde le darían los conocimientos culinarios de su tío Zeff. Por ello le explicó la receta con tanta timidez.

Por su parte, Zoro, se quedó mudo. A Sanji se le escapó un bufido y recuperó su máscara de suficiencia.

–Como sea, ya me dirás lo buenas están, si algún día dejas de acumular roña y sales de tu cuarto.

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