Vicios ocultos

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El portazo del peliverde retumbó hasta la terraza, los dejó en un silencio asombrado unos segundos. Los presentes alternaron sus miradas entre ellos y la propia puerta.

–Menudo cabreo –comentó Usopp aún atónito.

–Quizás no le ha sentado bien que se compare a su nueva pareja con Sanji –meditó Robin.

–Oye, has sido tú la de las mentiras son fáciles al principio.

–¿Hum? No lo decía por el, sólo pensaba en voz alta. ¿Lo ha malentendido?

–Robin es así –la defendió la pelirroja–, Zoro lo sabe de sobra.

–¿Es verdad eso de que le habéis ocultado a la novia de Sanji que ellos dos fueron pareja?

Se fijaron en Law, sorprendidos de que se metiera en aquella conversación. De normal y desde que conoció a Luffy lo que hiciera o dejara de hacer el peliverde le traía al pairo.

–Bueno, sí... –empezó Usopp incómodo.

–Sanji nos pidió tiempo antes de decírselo a Pudding –explicó Vivi–. Pero parece que Zoro se ha enterado hoy. Creíamos que ellos dos habían hablado.

–Tampoco es para que la tome con nosotros –insistió Nami–. Más después de como se portó cuando rompieron, y no solo con Sanji, a Luffy lo dejó tirado.

Se dieron cuenta de que el chico no se había pronunciado, se fijaron en él. Luffy todavía atendía la puerta. Law tocó su hombro. Despertó, miró a los demás, les sonrió.

–En cuanto nos pongamos con el montaje se le pasará, él es así.


Durante aquella semana...


Zoro volvió al piso de madrugada, después de su visita por varios establecimientos que le vendieran botellas. Se despertó al día siguiente, por suerte en su cama, con una resaca considerable y con muy pocas ganas de verle la cara a los demás después de su repentina marcha.

–¡Buenas! –le saludó Luffy en la cocina–. ¡Hoy toca desayuno fuerte que empezamos con el montaje!

Se sintió culpable, tanto como para que su boca se abriera un par de veces en pos de, si acaso, una explicación a su comportamiento. Calló. Luffy sólo hablaba del corto. Conforme avanzó los días, vio que los demás tampoco se pronunciarían ningún lado. Aún incómodo pensó que era lo mejor.

–Oye, Zoro, ¿y si ponemos este plano aquí en vez de allí? ¡Dale rapidez a esto, que parezca que le está dando un puñetazo de vengador! Buah, ésta escena me aburre, más corta. ¡Superponlas!

–¿Qué dices?

Se restó horas de sueño nada más que para eso, únicamente se detenía cuando trabajaba de operador de cámara. A Mihawk le vio una única noche, y aun así se llevó a cuestas su ordenador.


Aquella misma noche, a las tantas...


Mihawk, con la espalda en el cabecero de la cama, observaba el mar al otro lado del cristal. Descendió la mirada hasta el peliverde, cuyo cuerpo descansaba bocabajo sobre el colchón.

Eran tres las ocasiones en las que se habían acostado: la mañana que acabaron nadando en el lago, el día que empezaron a salir y esa misma noche hacía un rato.

Se decía por ahí que la primera vez siempre resultaba un desastre; increíblemente inolvidable, pero un desastre. Eso no había ocurrido con el joven. La primera vez que estuvo en su casa, después de que los dos se ducharan, con la gama de colores grises colándose por la ventana; la escena se desarrolló con tanta perfección que se le hacía soñada. Mientras tanto, las otras dos veces, la calidad de sus encuentros había bajado un notable tramo.

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