En aquella celda

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La música de la discoteca superaba con creces los decibelios permitidos por ley. Estaba lleno a reventar. Él bebía y se reía con los demás, como siempre, no había cambiado nada salvo por alguna bromita inoportuna. Se dio cuenta de que no había visto al rubio desde el principio de la noche; sabía que le evitaba, pero ya había pasado bastante.

–Salgo un momento –le gritó a Luffy en el oído.

Su amigo levantó el dedo pulgar con aprobación, aunque capaz era de haber entendido cualquier otra cosa.

Con las pisadas sobre el suelo pegajoso, atravesó la masa viva de gente hasta la puerta de salida. No se dio cuenta de la falta de oxigeno hasta que la brisa del exterior le dio en la cara, llenó sus pulmones, fue más consciente de las copas que se había tomado. El silencio era como si hubiese traspasado un portal a otra realidad.

Le vio por el rabillo del ojo, su cabellera rubia. Sanji fumaba apoyado de espaldas contra la fachada de la discoteca.

–Creí que te habías ido.

–¿Acaso te ofende, maceta con cara?

Zoro le entrecerró los ojos con mosqueo. Luego estudió el ambiente, el tono no demasiado desagradable del otro. Cauto, fue a su lado, apoyó la espalda en la pared con él, hombro con hombro. La calle no era excesivamente ancha, aún así se veía despejada, frente a ellos había un local cerrado, ambos se reflejaban en sus cristales oscuros.

–Supongo que estarás contento –le tanteó el rubio–. Todos lo saben.

–Te avisé que Luffy estaba a punto de llegar. Fuiste tú el que siguió metiéndome mano hasta que nos pilló –hizo una pausa–. La verdad ni sé cómo hemos hecho que nadie lo supiese hasta ahora, llevamos acostándonos desde hace meses.

–Ya –dio una calada–. ¿Cómo se lo ha tomado Ace?

–Me ha dado la enhorabuena. Y me ha dicho que te la de a ti, por eso de salir del armario.

–Eh, yo no he salido de ningún armario, a mi sólo me gustan las mujeres, sigo siendo hetero.

Creció un silencio entre los dos. Zoro apartó la mirada, poco sorprendido de aquellas palabras, más dolido de lo que se reconoció.

–Aunque no me importa si seguimos acostándonos.

Le oyó, en su sobresalto bastante contenido le prestó atención. Sanji le mantuvo la mirada, carraspeó.

–Claro que para qué si tienes más opciones.

Dejó caer una colilla en el suelo, otra calada. Zoro se atrevió:

–No he estado con Ace ni nadie desde que empecé contigo. No sé de que opciones me hablas.

El rubio le miró, ahora el sorprendido era él; Zoro agradeció que su cara viniese enrojecida de antes por el alcohol.

Ambos agacharon la cabeza. Pasaron así hasta cerca de un minuto.

–Podemos seguir, entonces –repitió Sanji–. No me importa hacerte ese favor. Al menos hasta que aparezca una hermosa chica a la que sólo un desgraciado dejaría escapar. Ahí sí te digo que se te acaba el chollo al momento, ¿queda claro?

El peliverde resopló una risa cansada, no sabía hasta que punto el otro hablaba en serio o no. Se fijó de nuevo en el escaparate de enfrente, en el reflejo que formaban los dos. Pensó que quedaban bien juntos, así.

–El que te hace un favor soy yo a ti, ceja torcida, que las tías no te dan bola.

–Ya quisieras tú, alga mutante.

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