Una preocupación

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–¡Te dije que fueras a un psicólogo!

–¡Y yo que te fueras al carajo!

Shanks estaba más alterado de la cuenta, y lo que era peor, le arrastraba también. Se fijó en Zoro, aún por el suelo; el joven reaccionó cuando Mihawk cruzó la mirada con él, terminó de vestirse. El mayor se acercó a él, le sostuvo del brazo por encima del codo.

–Deja que hablemos a solas –dijo con voz sosegada–, será más fácil.

–No te preocupes –respondió a duras penas–. Lo entiendo.

Mihawk le sonrió amable, Zoro correspondió aturdido, todavía no había asumido su declaración. De cualquier forma, el peliverde se fue y el ambiente se liberó de parte de la tensión que se acumulaba. Shanks se sentó en el sofá.

–Ah. –se le escapó una risa cansada–. Te pediría un café, no sé si será mejor una tila. O un orujo. ¿De dónde lo has sacado?

–No hables de él como si fuese un perro. Le conocí cuando me mudé y cambié mis rutas de running al paseo que sigue la playa. Nos cruzábamos casi todas las mañanas.

El pelirrojo entrecerró los ojos. Luego se rio, más natural, más él.

–Qué romántico. Creí que tú eras el editor y yo el escritor. ¿Cómo pasó a estar desnudo en tu sofá?

–Si tanto te interesa: intentamos ser amigos y no nos ha salido.

–Espera, ¿te has acostado con él? –miró donde estaba sentado, se levantó espantado–. ¿Va en serio? Mihawk, nunca te han gustado los hombres, nunca has dado una señal.

–Tal vez si las di –le cortó–. Desde que conozco a Zoro estoy rememorando muchas cosas, dándole otro sentido.

–¿Cómo que cosas? ¿Qué cosas?

Mihawk le echó una mirada asesina de las suyas. Shanks reculó, se rio otra vez.

–Vale, vale. Se abrió la caja de Pandora a tus casi cuarenta. ¿No había otro de tu edad?

Mihawk se revolvió por dentro, incómodo, Shanks había tocado diana.

–Tú y Makino os lleváis casi diez años –replicó.

–Diez años, no dos décadas. Vamos, hasta ayer mismo eras capaz de llamar inmaduro a un octogenario, hoy sales con un crío. Este asunto tendría más sentido si confesaras que te hiciste una cuenta en una página de sugar daddy por error.

–Te estás sobreexcediendo, Shanks.

–Tú mismo sabes que cuando se te pase esta enajenación no soportarás ni que respire.

–¿Enajenación? –saltó su voz con frialdad–. ¿te crees que hago las cosa sin cordura y criterio, igual que tú?

Shanks se cortó ante esa tajante acusación. El otro siguió:

–Incluso en el caso de que tuvieses razón y yo no esté en mis cabales, ¿qué más te da? ¿No eres tú el que predica que cada cual con su vida?

–¡No es lo mismo! El Mihawk que conozco nunca hubiese hecho una locura como esta. Estoy preocupado por ti.

–¿Preocupado? Deja de ser tan hipócrita. Si hubieses encontrado una chica de veinte años en mi sofá ahora mismo no estarías preocupado, me estarías dando la enhorabuena.

Emergió una pausa espesa. Mihawk chistó, se contuvo, meditó sus siguientes palabras.

–Esta conversación se alarga. Venías a traerme tu borrador, supongo.

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