Falta de aire

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Sus ojos permanecieron cerrados conforme despertaba; tumbado de lado, con su cabeza reposada en la clavícula del otro. Olía a tabaco. Le oyó una calada, notó como sus manos se paseaban suaves por su cabello verde, como acariciaban su cuello hasta su omóplato y volvía a subir. Eran tan raros aquellos momentos tranquilos entre los dos que, de manera casi inconsciente, hinchó su pecho y liberó el aire por la nariz.

–Eh –le dijo el otro en un susurro–, ¿estás despierto, cabeza arbusto?

Sostuvo aquel momento, un poco más, antes de que se fuera.

–¿Qué hora es?

–Cerca de las tres dela mañana.

En un bostezo se frotó los ojos, se movió con cuidado. Apoyó la espalda en la cabecera; contra su voluntad se le escapó un quejido.

–Vaya con el tipo duro –se rio el rubio–. ¿He sido demasiado salvaje para ti?

En un pequeño rebufo, giró los ojos hacia la ventana. La noche en el campo era una cortina negra. Daba la sensación de que sólo existía aquella casa que habían pillado de vacaciones; que sólo existía aquella habitación con ellos dos dentro.

–¿Quieres algo de lo que queda del que nos fumamos antes?

Sanji no esperó su respuesta, alcanzó el canuto del cenicero que estaba en su mesita de noche; lo encendió él mismo en su boca y se lo puso al peliverde en sus labios. Zoro lo aceptó obediente, cerró los ojos e inspiró el humo.

–A final se está bien aquí –el rubio le acarició la cara–. Siempre te las apañas para convencerme, eh.

El pelirverde liberó una nube, dejó el cigarrillo de hierba en sus dedos. Aquello tenía poco de cierto. Era verdad que habían discutido; o más bien, Zoro, ingenuo, no pensó que la escapada al campo les supusiera un inconveniente, mientras que Sanji dio por hecho que aprovecharían que los demás se iban para estar los dos solos.

–Os pasaréis el día hablando de cine, como ya hacéis aquí, siempre, en especial Luffy y tú. A veces parece que quieras que me sienta excluido.

Sin embargo, no fue el peliverde el que le convenció. Varios días antes del viaje, al aspirante a cocinero se le ocurrió decir, precisamente delante de Luffy, que Zoro y él querían pasar más tiempo juntos.

–¿¡Cómo que no venís!? ¡Si nos lo vamos a pasar genial! ¡Zoro! ¿Eso es verdad?–el peliverde se encogió de hombros–. ¡Ni que faltaran millones de sitios donde abriros el culo!

–Oye, oye –intervino el rubio–, que no nos estamos todo el día...

–¡No lo entiendo, Sanji! Ya no es que no os separéis ni para ir al baño. ¡Es que cada vez venís menos con nosotros! ¡Un día apareceréis como una masa de carne deforme de dos cabezas! ¡Y eso sólo si apareceréis!

Luffy, si no convincente, sí insistió más que eso; quizás se hubiesen llegado a la pelea. No obstante, llegada de Nami, Robin y Vivi comentando lo bonito que eran los biquinis que se habían comprado fue lo que remató al rubio, demasiados flancos abiertos.

Zoro liberó una nueva calada. Se estiró y acomodó recostado en la cama; todavía con la molestia en su entrada. Se dio cuenta de que Sanji no le quitaba el ojo.

–Has adelgazado más, ¿verdad?–le agarró de un pectoral con decepción–. Qué triste. Ya no los tienes tan voluptuosos. Eso de todo lo que fumas últimamente, te estas quemando hasta el ultimo gramo de grasa con tanto porro.

Toqueteó su no tan definido torso un poco más, del pecho al vientre. El rubio puso una mirada extraña, ¿era disgusto?

–Cuídate, no quiero que los demás dirán que no te alimento bien. Pones en juego mi orgullo.

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