La emboscada

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Zoro, con el ceño fruncido y en modo automático, pintaba la pared interior de la casa abandonada. Una y otra vez pasaba el rodillo, con más irritación conforme su cabeza rebobinaba el final de la cita de la pasada noche: Mihawk le besaba, él correspondía, se mantenían abrazados, el peliverde le sonreía. ¡Y el elegante cretino pisa el acelerador de su coche para no volver!

–Oye, Zoro –le avisó Chopper con cautela–. Creo que esa parte ya está bien pintada.

–Déjale, déjale –intervino el narizotas melosos–. Seguro que fantasea con su cita de ayer.

La broma se le acabó cuando el peliverde le echó una de sus miradas más endemoniadas; los dos amigos se abrazaron con terror y comprendieron que, por peligro de muerte, las preguntas estaban prohibidas.

–Ey, Zoro –apareció Luffy–. ¿Qué tal tu cita de anoche?

–¡¡Calla!! –le advirtieron demasiado tarde.

Zoro se volvió hacia Luffy con la misma mirada que les había dedicado a los otros dos, aún más marcada por un rictus y un tic en la ceja.

–No lo sé –arrastró las palabras como de ultratumba.

–¿Hum? –quedó inmune al aura asesina de su amigo–. ¿Cómo no puedes saberlo?¿Eres idiota?

–¡Deja de tocarme las narices! –le rugió en la cara.

Y agitó por la pared el rodillo de pintura con excelente ímpetu y cabreo ante la mirada de los demás.

–¡Buenos días! –llegó Nami con un aire efusivamente optimista –. Vaya, ¡pero que animoso está nuestro Zoro! Tu cita de ayer te dio alas, eh.

La brocha cayó al suelo mientras el cuerpo del peliverde se quedaba parado en una contracción. La pelirroja se extrañó, enseguida entendió, por los gestos del narizotas, que su cita no fue demasiado bien. Ella se llevó la mano a la frente con un resoplo cansado.

–Zoro.

–¿Qué quieres ahora?

–Que no seas tan borde, para empezar. Mira, hay alguien a quien quiero presentarte.

Sacó un brazo por la puerta de la habitación y trajo al interior a otra chica, más baja, con melena corta rubia.

–¡Hola! –saludó esta de una forma enérgica y aniñada–. Soy Carrot.

–Ella será nuestra segunda operadora de cámara.

–Un momento, ¿qué? Yo soy el operador de cámara.

–Por eso ella será la segunda.

–¿Qué? ¿Pero?

–No te preocupes, bro –se adelantó Carrot–. Seguro que hacemos buen equipo.

¿Bro? En un vistazo a sus flancos, Zoro se percató de que todos estaban enterados de aquello. Que estaba decidido, sin consulta alguna a su persona, incluso Luffy. Entrecerró los ojos de mosqueo y abrió la boca. Se llevó un guantazo que lo tiró al suelo medio noqueado.

–Ay, Zoro, lo siento, lo siento –se disculpaba Nami arrastrándole del cuello de la camiseta fuera del a casa–. Había visto una araña en tu cara, ven a que te de el aire.

Fueron hasta un banco fabricado con medio tronco, un poco apartados de la casa y cobijados en la intimidad por las malas hierbas crecidas. Nami le sentó ahí mientras ella quedaba de pie, le regañó cual madre estricta.

–Me da igual la razón por la que estas de morros. Con el plan de rodaje que has montado con tu amigo el director cerebro de mono necesitamos una segunda cámara sí o sí. Carrot trae su propio equipo, trípode incluido. Así que cómo la ofendas por un ataque de celos típico de un niño de guardería serás tú el que pague alquiler de la segunda cámara. ¿He hablado claro?

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