Un tiempo de descanso

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Zoro despertó en un sobresalto contenido. Se encontró tumbado en la cama de Mihawk. Respiró aliviado, se frotó los ojos y apartó el sudor de la cara. Había tenido una pesadilla, con Sanji, aunque nada que se reconociera como una estructura narrativa, ni siquiera escenas traídas de su memoria; más bien, un revoltijo de imágenes, sensaciones y palabras que habían logrado que se sintiera atrapado.

Se giró sobre el colchón, al otro lado estaba la espalda de su pareja. Se acercó y se abrazó a él, hundió la frente en su nuca. La noche anterior se acostaron después de muchísimo tiempo; se había entregado a él, y a si mismo, de manera incondicional y fuera de culpas; le hizo pensar, antes de que se durmiera, que estaba curado por fin. Como si fuese tan fácil. Había mucho en su interior de lo que deshacerse, reordenar, comprender de una manera distinta. No, no estaba bien, pero lo estaría.

Su mano estaba sobre el pecho de Mihawk cuando notó como el mayor se la tomaba. El peliverde alzó un poco la cabeza, besó su mejilla y le susurró al oído:

–¿Estás despierto?

Mihawk le miró de reojo con media sonrisa. Zoro le correspondió, besó su cara una vez más, bajó por el cuello del mayor con su boca. Mihawk giró la cabeza un poco más para que sus labios se reencontraran con los del joven. La mano del peliverde acarició el abdomen y la cadera del otro.

Llegó a la entrepierna de Mihawk, éste contuvo un jadeo al notar su miembro sujeto entre los dedos del joven. Sus labios y sus lenguas se atacaron mientras el peliverde le masturbaba. Lo disfrutaba, ambos lo disfrutaban, y el calor subía. La mano de Zoro se apartó de la virilidad de Mihawk, fue al muslo del mayor; en un arrebato, agarró su pierna y de un tirón dejó la entrada del mayor expuesta.

–¡Hum!

El joven se detuvo en seco. Eso que había oído no había sido un jadeo de excitación.

–¿Qué ha.. ?

–Estoy bien, estoy bien. Es sólo que... –pareció avergonzado.

–Te hice daño anoche –se preocupó por el mayor.

–No, por favor, Zoro, claro que no. Si eres tú el que tienes un chichón en la cabeza –se fijó.

–Esto me lo hice yo cayéndome de la cama. Si yo te...

–Si no me hubieses hecho lo que me hiciste te hubiese mandado al sofá –le tomó de la barbilla y le besó–. Tranquilo. No son más que agujetas.

El peliverde dejó que influyeran sus palabras, le sonrió. Correspondió con otro beso.

–Siento que no tengas el sexo completo que esta mañana esperabas –le dijo Mihawk.

–¿Completo?–se le escapó una risa y recuperó el tono sensual de antes–.¿Crees que mentí aquella vez? Cuando te dije que sin penetración no se acababan las formas de tener sexo –vio el interés en el mayor–. ¿Sigo?

–Me ofendería si no.

La mano del peliverde volvió al miembro del mayor. Recuperaron los jadeos y el calor se elevó lo suficiente como para que apareciera el sudor. Mihawk notaba los besos y mordiscos de Zoro; llevó su mano tras su espalda, hasta la virilidad del joven y oyó el gemido de placer del peliverde.

Era cierto, esa sesión de sexo fue de todo menos incompleta.


Al rato...


Mihawk regresó de la ducha. La habitación aún estaba oscura, Zoro dormía boca arriba en la cama, pero suficientes retazos de luz se colaban para que el mayor viera bien que ropa estaba eligiendo. Se quitó el albornoz y cubrió con unos pantalones, oyó la voz somnolienta de su joven novio:

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