Distorsión I

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El aire le faltaba todo el tiempo, respirar dolía; a cada segundo se sentía con el agua al cuello, dentro de una gruta minera derrumbada; al final nunca se ahogaba.

–Buen chico.

Le oía susurrar en su oído, aunque fuese un recuerdo, aunque ni siquiera estuviese presente. Su cabeza no salía de ese momento, en su cuerpo llevaba impreso el tacto de sus manos, la imagen de sí mismo en el espejo.

No es para tanto, se repetía. Deja ya el tema, olvídalo.

Preparó las cajas de la mudanza con más rapidez y diligencia de lo que sería normal en él. Quería salir de ese piso cuanto antes, no tener que entrar más en ese cuarto de baño.

–Sí que vas impaciente con eso de vivir con mi hermano –le comentó Ace con sincera sorpresa. El pecoso había presenciado de primera mano el distanciamiento de Zoro, había visto como su eje central quedaba clavado en Sanji, no concebía que ahora el peliverde estuviese motivado hacia algo que no incluyera al rubio.

La verdad es que para él mismo también estaba siendo extraño. El comportamiento que había adoptado en esos años, ese esfuerzo por mantenerlo bajo control, se tambaleaba. Su única ancla era esa conversación; sentados en la piscina, Luffy había hecho que recuperara algo de oxigeno. Necesitaba más, para estar bien, para mantener la situación controlada.

–Buen chico.

Cuando la mudanza estuvo completa en el nuevo piso, o zulito con terraza como decían sus amigos, tanto a Zoro como a Luffy les embargó una sensación de incredulidad. Se miraron el uno al otro. Estaba hecho, y realmente hecho en un tiempo récord. Ni siquiera habían contactado con una empresa de transportes, todo había ido de su propia cuenta, con un poco del apoyo de los coches coche de Law y Usopp.

–¡Weee! –se le tiró el niño primate encima con alegría–. ¡Por fin estamos aquí!

–¡No hagas eso que me tiras! –mantuvo el equilibrio antes de que cayeran sobre una montaña de cajas.

La primera noche que pasaron allí apenas se podía andar con tanto trasto embalado, y sin embargo la sentían suya la casa. En la terraza, sentados en el suelo, cada uno con su lata de cerveza, brindaron por ello.

–Ah... –exhaló Luffy después del trago y antes de meterse el trozo tamaño familiar de pizza en la boca.

–Mastica antes de que te atragantes, animal.

Su amigo medio mono se rio con los carrillos llenos. Tragó, mientras el peliverde bebía con la mirada perdida en el cielo, le observó.

–¿Te gusta ese piso? 

Zoro le miro.

–Ya sabes –continuó el chico–, los demás dijeron que el piso es pequeño, que los hay mejores. Fue a mi al que me encantó, y acosé al casero para que nos diera las llaves rápido. Quiero decir: que sé que no te he dado tiempo a pensar, que si no te gusta...

En una pausa, Zoro devolvió su vista al cielo. Su pecho, se llenó de aire. Espiró. Quizás hubiesen sido esos días tan ocupados que ni siquiera se había mensajeado con Sanji. Por primera vez en muchísimo tiempo se sentía fuera de un pozo, en aquella terraza.

–Me gusta este piso. Además, quería empezar una rutina de running por las mañanas, me viene bien que estemos tan cerca de la playa –calló, le llegó una pequeña brisa de viento–. Se está bien aquí.

Luffy sonrió aliviado, satisfecho.

–Pues te lo digo como nuevo compañero de piso tuyo que soy pero si no comes ya de la pizza me la pienso pimplar entera.

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