2. Anna: La única forma de dejar de pensarte

296 46 15
                                    

Por un instante el mundo desaparece bajo mis pies. He estado apuntando hacia una diana que tenía el poder de desaparecer cuando quisiese, si es que se puede llamar diana a quien en realidad era el verdugo. Le debo una disculpa a Gerardo, tenía razón. Es cierto que nos parecemos. Incluso demasiado. Me he confiado y no he sabido ver más allá de mis propios objetivos. A pesar de que me haga sentir horrible enterarme de que he sido utilizada por dos personas en quienes confiaba, pensar que mi historia con Gianni haya sido una mentira me duele aún más. Y es el propio dolor el que me ayuda a mantener la compostura y fingir una impasibilidad impropia de mí.

—Enhorabuena, has ganado —le digo forzando una sonrisa y le aplaudo un par de veces—. Supongo que he sido un peón más en el tablero de tu jugada perfecta.

—Siempre entiendes las cosas de la peor manera —dice negando con la cabeza—. ¿Por qué crees que te hice tomar una decisión?

—Tú mismo lo has dicho, te cansaste de jugar conmigo.

—De jugar, no de ti —me corrige y tensa la mandíbula—. Quería conocerte sin máscaras, sin dudar de los sentimientos que demostrabas, sin cuestionarme tus intenciones. Y no, no he ganado, lo habría hecho si no hubieras entregado esos documentos. —Hace una pausa durante la que es incapaz de mirarme a los ojos—. Si me hubieras elegido a mí.

El impacto de la realidad, que me ha caído encima como una jarra de agua helada, me impide reaccionar. Ni siquiera sé qué debería sentir. Cómo debería actuar. No sé si estoy enfadada o triste. Si me siento aliviada porque la carga de la culpa se ha vuelto más liviana, emocionada por la posibilidad de que los sentimientos de Gianni sean reales o traicionada porque me han utilizado en ambos bandos. Me apetece arrancarle la cabeza a Rosadito. Esconderme de todos, quizá. No, yo no soy de las que se esconden, sino de las que se vengan.

Respiro hondo, procurando encontrar algún pensamiento coherente en mi cabeza, y suspiro soltando el aire contenido en los pulmones.

—¿Siempre supiste mi identidad en el Club 13?

Su mirada se suaviza antes de volver a mí y asentir bajando el mentón. Me remata. La rabia comienza a ganar la batalla entre todas las emociones que me sacuden el corazón. La rabia y la vergüenza. Debo de tener toda la cara colorada. Me bebo lo que queda de café. No quiero seguir aquí, descubriendo que los últimos meses de mi vida han sido una mentira.

—Anna, ¿de qué otra forma podría haberme acercado a ti sin que me juzgaras por trabajar en la competencia?

—Claro, ¿qué mejor manera que aprovecharte de tu anonimato para acostarte conmigo? —ironizo en alto a punto de romper a llorar.

No quiero que me vea derramar ni una sola lágrima. Me cuelgo el bolso y me dispongo a levantarme, pero Gianni me retiene sujetándome de la muñeca. Me quema. Sus dedos siempre me han quemado la piel, pero es un ardor cálido y adictivo. Por eso tengo el cuerpo colmado de huellas que no he podido borrar.

—A medida que te investigaba... Tu físico, tu ambición en el trabajo reflejada en un currículum impecable, tu personalidad arrolladora... Te volviste tan interesante que la única forma que encontré de dejar de pensarte fue acercarme a ti y conocerte. —Nuestros ojos colisionan en silencio. Busco en ellos un ápice de sinceridad. La garantía de que lo que está diciendo es cierto. Amplía los labios en una sonrisa de resignación que lleva mi nombre escrito en su curva—. Jamás me imaginé que te presentarías en Digihogar a declararme la guerra.

—No es justo.

—La vida no siempre es justa.

—No hablo de la vida, sino de nosotros. Jugaste con ventaja todo el tiempo, invadiste mi privacidad al investigarme, luego fuiste a por mí al Club 13... No sabes lo mal que lo he pasado estas semanas pensando que había destrozado tu carrera profesional, ahora me dices todo esto de golpe y...

—Por eso estoy aquí —dice acariciándome el dorso de la mano—. Los dos nos hemos engañado desde el principio, pero yo aún quiero ganar. Y ya sabes que no me refiero al trabajo.

—Te traicioné —le recuerdo.

—Habría sido más decepcionante que te hubieses traicionado a ti misma.

A veces, unas pocas palabras tienen la fuerza suficiente para permitirte observarlo todo desde un prisma distinto. Y yo habría dado lo que fuese por que alguien me hubiese dicho lo mismo hace unos años. O hace unos meses. O unas semanas. Gianni me suelta. Los latidos se me aceleran y el descompás de ellos me provoca un ligero mareo cuando alzo la vista a él, que se ha levantado de la silla para ponerse el abrigo.

—¿Quieres un trato justo? Estoy dispuesto a perdonarte y a compensarte si tú me perdonas a mí también.

—¿Cómo sé que todo esto no es una estrategia de las tuyas?

—Sabes que todo lo que he dicho es verdad. Además, puedes quedarte con ese documento como parte de mi compensación. Eres lista, sabrás qué hacer con él.

Se engancha la bolsa del disfraz al antebrazo y mira el reloj en su muñeca.

—¿Te vas? —inquiero, en parte temerosa de que sea así.

—Estos días me reuniré con mi padre en Nápoles. Cogeré el avión en unas horas. Tendrás tiempo para ordenar tu cabecita.

Sus pupilas dilatadas se detienen un instante en mis labios y juro que le acaba de arrebatar un suspiro a mi corazón. Se inclina hacia mí. La oleada de su perfume me derrite tortuosamente. No me muevo. Me da un beso en la mejilla. Este simple roce me roba el aliento, me tensa el cuerpo entero y me hace olvidar todo lo malo para recordar todo lo bueno.

—Y recuerda que la jugada fue mía. Ellas lo supieron todo después.

—¿Ellas?

A mi espalda encuentro las expresiones amedrentadas de mis antiguas compañeras de Digihogar, Amber y Ellie, que no saben si acercarse despacio o echar a correr en mi dirección. Optan por la segunda opción cuando les sonrío y no dudan en estrecharme entre sus brazos. Menuda encerrona, aunque el pecho se me infla de alegría al tenerlas cerca de nuevo. Llevo semanas pensando que me odiaban.

Gianni se aleja a la puerta. No voy a mentir, siento un nudo en el pecho, una sensación de vacío, al contemplar cómo desaparece de mi vista de nuevo. El miedo a perder a alguien que, en realidad, nunca me ha pertenecido.

—¿De verdad no sospechabais nada?

Ellie niega con la cara enterrada en mi cuello, abrazada a mí como un animalillo enfurruñado. Amber, en cambio, se aparta con brusquedad y frunce el ceño con el flequillo pelirrojo enmarcando sus ojos oscuros.

—Nunca me lo habría imaginado. ¡Parecías tan inocente cuando llegaste a la oficina diciendo que eras la nueva y quejándote de lo duro que era Gianni contigo!

—Y resulta que estaba planeando aplastarlo como a un insecto —apunta Ellie alejándose para hacerse con una silla de la mesa vacía de al lado.

—De haber sido ilegales las ventas de Digihogar, esta tía nos habría aplastado a todos —ríe Amber.

—Yo habría hecho lo mismo. Con mi trabajo no juega nadie.

—Por si os sirve de algo, no era nada personal —bromeo.

Reímos juntas mientras nos acomodamos en torno a la mesa y empezamos a charlar emocionadas contándonos todo lo que hemos vivido estas semanas. No hay tregua ni para ojear la carta. El camarero se da un par de vueltas esperando a que nos decidamos para tomar nota, pero están tan concentradas en reproducir el numerito que montó Gerardo en la oficina al enterarse de mis planes que terminamos pidiendo tres chocolates calientes solo para poder disfrutar de nuestro reencuentro sin interrupciones.

©La última jugada (JULTI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora