6. Anna: Quedarme al margen

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Como muchos días de este mes, me levanto a primera hora de la mañana, me lavo la cara con agua fría frente al espejo del baño y me peleo con mi pelo repleto de mechas rubias hasta que consigo recogerlo en un moño más o menos decente. Estamos aprovechando los días libres de Vero para intentar retomar el hábito de la escalada, aunque ambas sabemos que será complicado seguir el ritmo cuando yo me incorpore en Blupiso la semana que viene. Retengo el aire en los pulmones y me cambio el pijama por unos leggins térmicos negros, una camiseta térmica interior y una sudadera rosa con una pequeña cremallera en el cuello. Luego, al mirar los pelos que se me han escapado del moño por el roce de la ropa, recuerdo que el orden de los factores sí afecta al resultado y resoplo mientras me vuelvo a peinar.

Para cuando la llamada entrante de Vero suena en mi móvil, aún estoy con la tostada de aguacate en la boca y el café a medias. Bebo y mastico rápido. El pan tostado me araña la garganta negándose a bajar. Le escribo que estaré abajo en un minuto. Pasan cinco. Me ato las botas de montaña en la entrada, me pongo el chaquetón y me cuelgo la mochila a la espalda rumbo al coche de mi amiga.

Todos los días maldigo la torpeza que tuve en aquel accidente.

El siniestro de mi coche significó perder parte de mi libertad.

Y ahora que mi vida es más un lienzo a medio pintar, un barullo de acciones improvisadas con el fin de aprovechar cada día hasta que me reincorpore al trabajo, no puedo permitirme el gasto que me supondría comprar un nuevo coche. Lo he meditado mucho, pero siempre he llegado a la misma conclusión: imposible. Si quiero dedicarle tiempo a la pintura, rendiré menos en el trabajo y eso se traduce en ahorrar todo lo posible para hacer frente, como mínimo, a las facturas. Sobre todo, a las de mis padres.

Entro al coche y descubro que en el asiento de atrás está Sammy, también vestido para escalar con un gorrito de punto cubriéndole la cabellera castaña de rizos. Abro los ojos, él ríe travieso.

—¿Qué haces aquí? —pregunto sorprendida mientras me abrocho el cinturón.

—¿Qué te dije? —Le zarandea el hombro a Vero, que está concentrada en conectar el móvil a la radio—. Que no me daría ni los buenos días.

—Yo tampoco te los daría si sé que has venido a escalar solo para chismosear.

Las dos estallamos en carcajadas ante el puchero infantil de Sammy. Pueden pasar los años, pero nunca nuestras costumbres. Vero le quita el gorro de un tirón y se lo pone sobre su melena negra recogida en dos trenzas. Deja el móvil en el hueco bajo la radio, sube el volumen y arranca el motor. Nos pasamos el camino cantando canciones de Starnest y Dark Rose**, una tras otra, como un grupo de fanáticos que se conoce a la perfección incluso las pausas o los detalles que pertenecen exclusivamente a los videoclip oficiales. Discutimos quién canta mejor: Hela o Layla.

—Para mí siempre será Hela —digo enfurruñada de brazos cruzados.

Y a pesar de que me convenzo de que disfrutar de los paisajes de la sierra de Madrid a través de la ventanilla mientras canturreo es uno de los mejores planes del mundo, hoy es distinto. Sonrío sin razón y enseguida me obligo a dejar de hacerlo porque me atemoriza hacerme falsas ilusiones o tener la esperanza de que sea posible reabrir una puerta que creía haber cerrado para siempre. No paro de pensar en él, en la conversación que tuvimos, aunque no haya vuelto a saber nada de Gianni desde el reencuentro. Tengo tantas ganas de hablar del tema que, aunque les prometí que se lo contaría cuando subiésemos a la cima de la montaña que vamos a escalar, bajo el volumen de la música y lo hago ahora.

Les cuento todo.

El semblante de mis amigos va pasando por varias fases, probablemente las mismas que pasé a medida que me enteraba de toda la maraña de mentiras que envolvía a aquel plan contra la competencia. Sobre la marcha decido callarme la traición de Rosadito. Al final del relato, ambos están con la mandíbula desencajada y los ojos abiertos. Me río al verlos tan confundidos que no saben qué sentir ni qué pensar respecto a nada.

—Menos mal que no insistí en conquistar a ese capullo —comenta Vero.

—¿¡Cómo!? ¿Gianni y tú? —salta Sammy, ajeno a aquel plan que en un principio nos pareció una idea brillante.

Se me encoge el estómago. Por acto reflejo, hago una mueca de asco al imaginarlos juntos. En la cama, en su casa, un simple beso o algo más. Niego para mí misma varias veces.

—Ya sabes que al principio lo detestaba con todo mi ser, así que no veía otra forma de entrar en su casa sin cometer allanamiento de morada —le explico irónica.

—Estuvimos a punto de planificar un encuentro por «casualidad» para que yo coquetease con Gianni y Anna pudiese quedarse al margen —prosigue ella.

Quedarme al margen.

Suena tan cobarde y triste que me revuelve por dentro solo de pensarlo. Habría sido horrible enterarme después de que las dos nos acostábamos con la misma persona, porque hacía semanas que yo había empezado a estar con «Leo» en el Club 13. Me pregunto qué habría sucedido si, en lugar de tomar las riendas, se las hubiera cedido a Vero.

—¿Desde cuándo la bruja es la súbdita de alguien más? —dice Sammy, mordaz.

—Era una oportunidad perfecta para desquitarme de Jeff —confiesa Vero maniobrando con el coche para estacionarlo a unos minutos del inicio de la ruta—. Además, aquí todos sabemos que Anna tiene un gusto exquisito para los hombres. Eso, como mínimo, me asegura que Gianni tiene un físico de muerte y que me lo podría haber pasado muy bien con él.

Pensándolo bien, yo también estoy segura de que Gianni es el tipo de hombre del que Vero se encapricharía, aunque su bisexualidad se incline más hacia las mujeres. De hecho, su exnovio y Gianni comparten similitudes, pero solo físicas, porque Jeff es un imbécil de aquí a la Luna.

—No veo el día en que pierdas de vista a Jeff —mascullo.

Nos desabrochamos el cinturón, salimos del coche y rebusco en mi mochila hasta dar con la botellita de agua mientras Vero saca del maletero su equipo de escalada.

—Podrías prestarme a Gianni para un bien común —vocifera Vero tras la puerta del maletero—. Has hablado tanto de él estos meses que tengo hasta ganas de conocerlo.

—Cuidado que te lo roba —se mofa Sammy dándome palmaditas en el hombro.

El agua se me va por el camino equivocado, toso y escupo al suelo. Sammy se ríe de mi reacción y yo también lo haría de no ser por el comentario de Vero, que me ha sentado como una patada en el trasero. O el de Sammy, que ha conseguido inflarme la vena de la frente. La miro, espantada, y espero que esté bromeando. En cuanto Vero cierra el maletero y observa mi expresión, la suya cambia porque sé que puede leer mis pensamientos. Las trenzas bailan sobre su pecho dándole un aire aniñado que la hacen verse más dulce que de costumbre. Ladea su rostro perfecto y me sonríe entornando los ojos, de un intenso verde con diminutas motas pardas.

—Es una broma, tonta.


**Starnest y Dark Rose son dos grupos de música formados por personajes de mi bilogía Amor por muchas razones: Amor por causalidad y Amor por osadía (también podéis encontrarla en mi cuenta de Wattpad)**

©La última jugada (JULTI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora