Cuando abro la puerta y me encuentro con los ojos avellanados de Kai, todo es tan distinto a estos años atrás que me cuesta reaccionar. No hay alcohol de por medio ni la seguridad de hablar a través de una pantalla. Entiendo que haber retomado el contacto durante estas semanas ha hecho más mella en mí de lo que esperaba. Y no solo eso, sé que haberlo perdonado ha removido todo el pasado en lugar de sepultarlo. Al menos, en secreto. O en silencio. Aunque dudo que pueda haber secretos o silencios entre nosotros cuando siempre nos hemos comunicado con una simple mirada. Desvío la mía a su jersey color morado pensando en lo bien que le queda y lo invito a entrar.
—¿No me saludas? —Enarca una ceja y siento trepándome hasta las mejillas a esa niña tonta que fui en el pasado y que se avergonzaba por cosas como estas—. Hace meses que no nos vemos.
—Nos vimos anoche.
—No es lo mismo.
—Además, tampoco nos saludábamos antes y hacía años que no nos veíamos —replico.
—Ahora es distinto y lo sabes.
No titubea. Tampoco es que lo hiciera nunca, pero hay cosas que se olvidan. O que se prefieren olvidar. Que se sellan para cerrar capítulos. Kai los reabre al dar un paso al frente y estrecharme entre sus brazos unos segundos más de lo normal. Aguanto la respiración mientras le doy varias palmaditas en la espalda para que me suelte cuanto antes. Porque no quiero recordar el olor de su piel, de su cabello, o la comodidad de sus brazos. Carraspeo, me aparto y aprovecho el estruendo que provoco al cerrar la puerta para disimular cómo se me vacían los pulmones.
Me armo de valor para convencerme de que los reencuentros con personas importantes son así, una mezcla de pasado y presente, huracán de contradicciones. No tiene sentido estar tan tensa o ponerme roja como un tomate. Avanzo hasta la cocina remangándome las muñecas de mi sudadera rosa, saco dos botellines fríos de cerveza y le ofrezco uno después de abrirlo. Kai, que se pasea por el salón a su antojo ojeando los cuadros a la luz del día, se da media vuelta y se peina su media melena castaña con los dedos. Siempre que está nervioso lo hace. Entonces, se le asoma esa sonrisa, una curva empapada de nostalgia. Tan débil que ni siquiera sus característicos hoyuelos se atreven a aparecer.
Y me duele más que anoche tener al verdadero Kai frente a mí después de tanto.
Lo que fuimos, lo que perdimos.
—Gracias, Anna.
—Me sigue pareciendo... extraño.
—¿El qué?
Todo esto contigo.
—Que tú me llames Anna.
—Es lo que querías, ¿no? Enterrar a Anya, tu versión del pasado.
—Supongo que eso es lo extraño. Que una de las razones por las que quise enterrarla esté ahora aquí, conmigo, en mi salón y con un botellín de cerveza en la mano.
No pierdo detalle de la sonrisa que le provocan mis palabras.
—Que nos conociésemos en el pasado no significa que tengas que ser esa versión de ti cuando estés conmigo. Puedes cambiar las veces que quieras, yo siempre estaré dispuesto a conocerte de nuevo.
Qué bien le sienta estar entre tantos cuadros, mis cuadros, y qué peligro tiene todo lo que sale de su boca, sus ojos intensos atravesándome, el contorno de sus labios, la mandíbula y esas pequeñas líneas de expresión que lo han vuelto más atractivo. De reír, de vivir, de sufrir. Mi corazón sufre un cortocircuito. De repente, Kai no puede reprimir la risa y estalla en carcajadas. Supongo que es porque tengo las mejillas al rojo vivo. La nostalgia desaparece, sus hoyuelos a cada lado de las comisuras hacen acto de presencia. Verlos de nuevo me roba una sonrisa. Pero al instante un nudo me aprisiona la garganta. Sigo preguntándome qué hicimos mal para fracasar como pareja.
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©La última jugada (JULTI)
عاطفيةAnna dejó atrás el amor decidida a elegirse por encima de todo, lista para recuperar sus sueños y descubrir una nueva versión de sí misma. Sin embargo, no todo es lo que parece y un nuevo giro de los acontecimientos amenaza con cambiar de rumbo el c...