Capítulo 32

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Isaac salió disparado hacia la habitación. «Elia». Habría identificado esa voz en cualquier lugar. Para cuando llegó al dormitorio, tres gritos más habían rasgado el silencio de la noche.

Eran alaridos de terror, de dolor. Los habían encontrado.

Abrió la puerta con tanto ímpetu, preparado para luchar como fuera contra los atacantes, que el pomo marcó la madera de la pared al impactar contra ella.

No iba a permitir que se llevasen a su hermana de nuevo. No podía permitirlo.

Su boca había empezado a salmodiar el exorcismo de Alma sin ser él consciente, la única arma que tenía contra los demonios ya grabada en su mente para siempre. Al volver a la granja lo había buscado hasta encontrarlo en uno de los libros y lo había memorizado por completo pero una pequeña parte de su consciencia le recordó que era un arma ineficaz, que, sin Alma, Idara y Nit tenían que aprender a defenderse de manera efectiva. Tendrían que buscar lo que había mencionado Asia sobre los pentagramas, cualquier cosa para protegerse.

Las palabras murieron en su boca cuando entró en el dormitorio, ya olvidadas. Elia estaba sola. Y aún así, el más absoluto terror marcaba sus facciones.

A pesar de que cruzaron miradas durante unos segundos, no dio indicio alguno de reconocerlo. Con la locura escita en la cara se abalanzó contra él con una fuerza que parecía impropia de alguien tan pequeño, tan delgado y huesudo.

Ante tal muestra de brutalidad, de salvajismo, Isaac fue incapaz de reaccionar. Y al momento se encontró rodando por el suelo con su hermana encima suyo, chillando con la voz rota.

Tenía los ojos inyectados en sangre, abiertos de par en par. Parecía un animal rabioso, toda consciencia y raciocinio ya olvidados.

La conmoción fue tal que se quedó paralizado mientras Elia le arañaba la cara con todas sus fuerzas, gritando sin parar.

Al momento empezó en notar como se le abría la piel, la sangre empezaba a fluir y el dolor explotaba en sus facciones. Finalmente, su instinto se activó sobreponiéndose a la impresión.

Entrecerró los ojos en un intento de protegerlos mientras trataba de detener su ataque. Pero mientras que él intentaba no herirla, su hermana lo atacaba con todas sus fuerzas, clavándole las uñas en la piel, golpeándolo en el proceso, tirando y rasgando.

Se protegió como pudo, esquivando zarpazos y frenando golpes, hasta que de la nada unas manos apartaron a Elia de él.

Entre Naia y Áleix consiguieron reducir a su hermana, que seguía pataleando y gritando, desesperada.

Isaac se levantó del suelo con dificultad, los ojos ardiendo en contacto con la sangre. Se tambaleó un par de veces, inseguro de si el motivo era el ataque, la debilidad que se intensificaba día tras día o la espantosa escena que se estaba desarrollando ante sus ojos.

Las expresiones de los presentes también eran una clara muestra de horror.

Sin dejar de luchar con una histeria descontrolada, Elia consiguió zafarse de Naia. Y entonces se giró hacia Áleix y saltó contra él tumbándolo contra el suelo.

Al instante el chico alzó los brazos para protegerse el rostro, construyendo un muro que imposibilitaba que Elia llegara hasta su cabeza, pero su hermana no vaciló. Sin pararse a pensar se lanzó contra su antebrazo con la boca abierta.

El grito de Áleix apenas se escuchó por encima sus chillidos descontrolados.

El instinto de Isaac reaccionó antes que su mente, abrumada ante la situación, ante la visión de su hermana totalmente demente.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora