Isaac se despertó con un balanceo y un suave rugido de fondo. Un coche. No, iba de lado, era una furgoneta. Recuperar la conciencia en vehículos desconocidos parecía estar convirtiéndose en una costumbre que no le entusiasmaba demasiado adoptar.
Al instante recordó lo sucedido. El ataque de los demonios. El dolor. Había perdido el conocimiento mientras los rodeaban desde todas direcciones. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo habían conseguido huir? ¿Quién les había ayudado?
Mantuvo la cabeza torcida y los brazos inertes, la respiración pausada para imitar el sueño en el que sabía que había estado sumido. Desconocía cuánto tiempo había transcurrido y qué había sucedido en él. Toda precaución parecía poca.
Pese a la precariedad de la situación fue la primera vez en meses en que se despertó sin el malestar en el cuerpo de unas pesadillas que la mayoría de las veces era incapaz de recordar al levantarse.
La agonía en que se había convertido su tobillo era tan solo un recuerdo amortiguado por el mismo denso velo blanco que había transformado el dolor de cabeza constante en unas palpitaciones sordas en el fondo de su mente.
Notaba una opresión en la parte baja de la pierna y el pie, y, debajo, una quemazón molesta pero irrisoria.
Lo habían vendado, lo habían drogado. Había pocas posibilidades de que hubiera sido Nit, y Áleix, Naia y Asia no tenían los conocimientos para hacerlo. La hipótesis de que habían tenido ayuda parecía cada vez más probable, pero ¿quién? ¿Dónde estaban? ¿Y dónde lo llevaban?
Aunque el dolor y el agotamiento tanto físico como mental seguían presentes, hacía mucho tiempo que no se había sentido tan cómodo en su propio cuerpo. Tan relajado. Anhelaba alzar el rostro y dejar que el sol invernal le calentase la piel, sentir el aire gélido haciendo bailar su pelo y el olor a tierra mojada a su alrededor.
«No».
Debía despertarse, disipar la neblina blanca que le enturbiaba los pensamientos, que lo sumía en ese agradable y calmado trance que... «Céntrate» se ordenó. «Céntrate».
Necesitaba descubrir a dónde lo llevaban y quién. Qué había ocurrido y dónde estaban sus amigos. Por qué lo habían ayudado.
Agudizó el oído.
Por encima del rugir de los neumáticos sobre el asfalto, percibió varias respiraciones. Nadie decía palabra, pero distaba de estar solo. ¿Cuántas personas serían? ¿Estarían Naia y Áleix entre ellas?
Aunque ansiaba abrir los ojos y descubrirlo, era consciente de que no revelar que había despertado era la mejor opción táctica hasta que descubriese más información y supiese a lo que se enfrentaba.
Consciente de que el oído no le estaba aportando demasiada información, aparte de que no estaba solo y de que viajaban por una carretera secundaria, se centró en el olfato.
La furgoneta olía a limpia. Había perdido el aroma a nuevo tiempo atrás, pero intuía que había sido cuidada con esmero. Una fragancia a pino, seguramente de un ambientador, flotaba en el ambiente.
Supo al instante que los ocupantes de la furgoneta no eran demonios. Aunque hubieran robado un vehículo con esas características, su mera presencia habría impregnado el interior de un olor a podredumbre. Tampoco tenía sentido que le hubiesen limpiado y vendado la herida que acababan de hacerle y menos todavía que no estuviese atado de manos y pies.
No lo consideraban una amenaza. O no querían perder su confianza.
Más allá del olor a bosque, percibía el hedor de su propia sangre y la grasa de los bajos del camión que le embadurnaba la piel y la ropa. Y notó también... especias y argán. Naia.
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Cuando la muerte desapareció
Random¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la planta de arriba? ¿Qué harías si los golpes y gruñidos vienen ni más ni menos que de tu habitación? ¿Y si te dijera que abrir la puerta te c...