Capítulo 65

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William Hastings, dux de la Pradera, y Genevieve Ellington, secunda dux, entraron en silencio en la buhardilla con paso decidido y sosegado.

El primer instinto de Isaac fue alzar la cabeza para verlos, pero se obligó a dejar la barbilla apoyada en su pecho. Mantuvo los ojos abiertos para que fueran conscientes de que estaba despierto y consciente, de que los ignoraba deliberadamente como si no hubiera estado rogando para que esa puerta se abriera y acabara finalmente ese inciso tortuoso. Eso ellos no lo sabían.

Habían tenido trece horas para discutir entre ellos, por lo que fingir un estado de inconsciencia no los habría llevado a hablar como si él no estuviera presente, permitiéndole así escuchar y recabar información. Todo lo que debía decirse ya habría sido dicho.

Optó entonces, por la presión silenciosa. Esperaba que les evidenciase que no había caído en la desesperación y que eso les pusiera tan nerviosos como fuera posible. La intranquilidad provocaba errores en forma de información escapando de los labios. Y los necesitaba. Si lograba inquietarlos también iría ganándoles el control de la situación paulatinamente, lo que suponía una ventaja a su favor que por más mínima que fuera no podía desperdiciar.

Aunque su ángulo de visión solo le permitía verlos hasta la cintura, aprovechó la oportunidad para estudiarlos. Poder ver qué hacían con las manos y cómo se movían por la habitación sería suficiente para empezar a interpretar qué les pasaba por la mente.

La secunda había traspasado el umbral con una decisión que flaqueó al notar que Isaac no levantaba la cabeza inmediatamente ante su entrada. El sobresalto se convirtió en un andar inquieto por la sala. Eran pasos largos y mesurados, pero la repetición del recorrido indicaba nerviosismo y una leve ansia tras las largas horas de espera.

Un estallido de rabia explotó en el pecho del médium. «¿¡Espera?! ¿¡Ella se sentía ansiosa por la espera?!». Se centró en el dux para controlar la furia.

El dirigente de la Pradera permaneció quieto en un punto de la buhardilla fuera del círculo de sangre que su compañera tampoco había traspasado. Mantuvo las manos unidas delante del cuerpo en la postura comedida de la hermandad y examinó a Isaac con sistematismo.

El médium se exigió mantener la cabeza gacha durante algunos minutos más aun cuando llevaba horas esperando a que ese encuentro se produjese, aun cuando ansiaba descubrir qué creían que estaba sucediendo, quién pensaban que era y por qué era relevante. Aun cuando necesitaba saber dónde estaban Asia y sus amigos y si se encontraban bien.

«Control» se pidió.

No podía adelantarse.

Su contención dio frutos. El andar de Genevieve se aceleró de manera progresiva. Aunque su presencia siguiera siendo imponente y controlada, el movimiento evidenciaba su inquietud.

«Bien».

El dux permaneció en el mismo lugar y en la misma postura impecable, si bien su pulgar empezó a hurgar en la mano contraria. No apartó sus ojos de Isaac a pesar de que la secunda le dirigió un par de miradas rápidas que no tuvieron retorno.

Había una ligera tensión y distancia entre ellos.

Lo más llamativo de la escena era la distancia que mantenían con Isaac. No solo se habían situado fuera del círculo, sino que se encontraban a una distancia prudencial de la última línea que lo conformaba. Era una separación extraña e incómoda para una conversación.

Isaac era perfectamente consciente de que si le quitaban las esposas había una alta posibilidad de que se desplomara sobre sí mismo. El cambio repentino de postura, la alteración de su sistema circulatorio y el furioso dolor de cabeza y debilidad que lo acompañaban desde hacía tiempo y que solo habían hecho que agravarse durante la espera, podían llevarlo incluso a perder el conocimiento.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora