Capítulo 36

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Para evitar ser arrollador por aquellos que iban y venían, Naia y Áleix se refugiaron entre una carpa montada con telas de colores brillantes donde se vendían todo tipo de objetos astrológicos y un tenderete a rebosar de plantas con vívidas flores. Tenían un olor empalagoso y un tanto nauseabundo que la vendedora, una chica menuda de piel oscura y pelo verde, había tratado de disimular con una cantidad ingente de incienso.

El chico seguía estirando el cuello para intentar ver la melena pelirroja de Lilia, pero no parecía haber suerte.

Había desaparecido por una zona aún más laberíntica, más desordenada, llena de rincones y recodos que dificultaban todavía más encontrarla.

—¿Qué hacemos? —preguntó Áleix cuando aceptó que no sería capaz de localizarla.

Naia observaba a los individuos que abarrotaban los corredores sin contemplarlos realmente, meditativa.

—¿Crees que se ha perdido expresamente? —preguntó—. ¿Qué nos ha dejado atrás? ¿O simplemente nos hemos separado?

» Parecía tener prisa... —Al llegar a la iglesia había dejado atrás todo resquicio de curiosidad por el mundo exterior y lo había sustituido por la prisa. En algunos momentos había llegado a parecer incluso que se había olvidado de ellos, en otros les había contestado sin prestarles atención.

El chico se encogió de hombros: —No lo sé. Pero veo difícil encontrarla. —Echó un vistazo rápido a su alrededor—. Si lo que quería era perdernos, es el lugar idóneo.

—Ya... Sigamos avanzando. A ver si la vemos —propuso Naia. No podían hacer mucho más.

Áleix asintió y ambos dejaron atrás el hueco para volver a internarse en la multitud que iba y venía, más alertas que antes. Pasaron por delante de músicos que tocaban instrumentos extraños, tarotistas y vendedores de cuchillos y dagas.

—¿Crees que debe haber algún médium? —susurró Naia en voz baja para no ser oída. No podían arriesgarse.

Áleix observó con el cejo fruncido la tienda de campaña que había motivado la pregunta de la chica. La habían decorado con telas de colores y adornado con un cartel que pregonaba la posibilidad de conocer el futuro a un módico precio.

—Lilia ha dicho que hay muchos farsantes.

—¿Y nos fiamos de ella? También podría ser una farsante —mencionó Naia.

El chico se encogió de hombros.

—Sea como sea, tenemos que encontrarla. Vamos.

Siguieron avanzando entre pasillos irregulares y criaturas extrañas.

Estaban pasando por delante de un tenderete delimitado con dos telas negras colgadas de una viga y lleno de calaveras animales y símbolos que lucían demoníacos, cuando Naia cogió a Áleix del brazo impidiéndole continuar.

—¿Qué pasa? —preguntó el chico siguiendo su mirada.

—Calla —ordenó—. Ven —murmuró guiándolo hacía un pequeño pasillo entre puestos.

Pasaron por detrás de la parada satánica volviendo hacia atrás en la dirección que habían venido y se escondieron tras unas cajas de cartón llenas de bisutería de cobre.

—¿Qué estamos...?

Naia le indicó que guardara silencio con un dedo en los labios y posteriormente se señaló la oreja. Escuchar, estaban escuchando.

El chico sacó la cabeza por encima de las cajas y contempló a dos hombres y una mujer que también se resguardaban de la multitud, ocultos en las sombras.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora