Capítulo 63

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Áleix se encontró ante una majestuosa biblioteca contenida en una estancia de reducidas dimensiones si la comparaban con las imponentes salas del palacio que habían visto hasta entonces.

Cada centímetro del espacio había sido meticulosamente aprovechado, cubierto con imponentes estanterías de madera oscura que se alzaban hasta el techo. Para poder acceder a los niveles más altos, se habían esculpido distintas pasarelas y niveles que se entrelazaban entre ellos mediante vertiginosas escalerillas convirtiendo así la sala en un laberinto vertical custodio de miles de volúmenes.

Las curvas de los muebles decorados con tallas florales parecían cobrar vida bajo unas lámparas antiguas. La luz era cálida y tenue y aunque no lograba romper la penumbra, dotaba a la estancia de un aire cautivante y acogedor.

Los marcados contrastes entre la oscuridad de la estancia y la luz titilante hacía brillar los detalles en metal desgastados por el tiempo y cubiertos de una pátina de óxido.

Si Naia hubiera estado con él se había enamorado del lugar, pero no estaba y él no era ella. La biblioteca era bonita, pero ya está. No tenía intención de quedarse a admirarla y menos todavía de volver a sumergirse en libros de centenares de años de antigüedad. Había tenido suficiente. Más que suficiente.

Disgustado por no haber sido capaz de encontrar el camino de regreso a su habitación, se estaba girando para dar media vuelta y regresar al pasillo cuando algo llamó su atención.

Algunas de las estanterías tenían incrustadas vitrinas de cristal. No estaban ocultas, pero pasaban mucho más desapercibidas que aquellas que exponían objetos con orgullo en los pasillos o salones de la Pradera.

¿Libros de gran valor?

Antes de darse cuenta estaba encaminándose hacia una de las escalerillas para subir al primer nivel. Su cuerpo pareció tomar el control y lo guio por delante de varios expositores, que ignoró, hasta llegar a un segundo conjunto de escaleras que le permitieron ascender otro nivel.

Consciente de que no sabía dónde estaba yendo aflojó el paso para poder echar un vistazo a su alrededor. Una gran parte de los libros de esa sección parecían estar dedicados a la demonología, aunque había volúmenes que se alejaban de la temática.

«Rituales de las Encrucijadas», «Secretos de la Creación y la Destrucción de Marduk», «El Inframundo Helénico», «El Compendio de Hypnos», «El Codex Infernum: Tratado sobre Demonios y Conjuraciones», «Las Runas de Freyja: Magia y Profecía Nórdica», «Las Escrituras de Arawn»... Áleix fue leyendo los títulos que era capaz de comprender como si al hacerlo fuera capaz de pausar el tiempo. Por qué quería hacerlo no era capaz de discernirlo.

Desorientado, se volvió para mirar de dónde venía antes de sacudir la cabeza y continuar avanzando. Tenía que encontrar...

«Ajá». Eso es lo que había estado buscando.

Se acercó con interés a la última vitrina del nivel. El cristal era grueso y un poco irregular, provocando que en algunos puntos llegara a tornarse translúcido. A pesar de su evidente antigüedad, Áleix se encontró contemplando sin dificultad el objeto que aguardaba dentro.

¿Qué era y por qué estaba allí?

A diferencia de las otras piezas expuestas que había visto a lo largo de la Pradera, esta no tenía ninguna placa explicativa. Ni siquiera un título o año.

La contempló con un creciente interés que no acababa de entender de dónde salía.

Parecía un diminuto frasco de cristal al mismo tiempo que un colgante. Fuera como fuera, los intrincados ornamentos de metal dorado finamente trabajados cubrían prácticamente la totalidad de la superficie vidriada impidiendo ver si contenía algo en su interior.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora