Capítulo 12

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Habían descubierto cosas que sin duda podían conseguirles un premio Nobel, o varios, y aún así, al día siguiente tenían clase y no podían faltar sin levantar preguntas o buscarse problemas. Y ya tenían suficientes.

Así que, con la recién descubierta existencia de los fantasmas, de que medio planeta lo quería atado a una silla, de que el destino era llevado a cabo por tres hermanas (esperaban que muy cuerdas) y de que el cielo y el infierno era real, por no hablar de las parcas, la vida después de la muerte y todo lo que se pudiese deducir de ello, intentaron concentrarse en las ecuaciones trigonométricas.

No lo lograron.

—Isaac, ¿qué estás haciendo? —preguntó el profesor de matemáticas con el cansancio y la frustración ya como una característica permanente de su voz.

La mitad de los alumnos se giraron para mirarlo. Alma no estaba entre ellos. No la habían visto desde la tarde anterior. Y aunque la parte más racional y curiosa de su mente esperaba con ansias que volviera a aparecer para seguir formulándole preguntas, una parte de él seguía preguntándose si su cerebro podía soportar tanta información. El dolor constante que martilleaba su cabeza y las cada vez más escasas horas de sueño parecían indicar que no.

—Nada.

—¡De eso me quejo! —replicó.

Isaac contuvo un suspiro irritado y bajó la cabeza fingiendo estar tremendamente arrepentido. Empezó a escribir en el cuaderno. De fondo escuchó como Áleix reía por lo bajo hasta que Naia le dio un codazo. No recibió reprimenda alguna, el docente ya se había rendido con él.

Tan pronto este se giró hacia la pizarra, dejó el bolígrafo en la mesa y volvió a adentrarse en su mente. En la descubierta de lo sobrenatural, de ser parte de ella; en la preocupación por su integridad; el miedo ante el paradero desconocido de Asia. Y la lista seguía y seguía. Y todavía más. Había preguntas. Sospechas. Cabos sin atar. Otros sin sentido.

También estaba el nerviosismo.

Antes de las grandes revelaciones de Alma había asumido que el sentirse observado era debido a Asia. Que había sido ella quien lo había estado vigilando. Tras descubrir que Alma lo había estado protegiendo había supuesto que se trataba de ella. Y ahora sabía que lo buscaban. ¿Cómo podía saber si era Alma o ellos? Fueran quienes fueran. ¿Como podía estar tranquilo? Dejar de girar la cabeza a cada ruido, a cada movimiento.

Alma lo había dejado claro. Habían sido los mismos que la habían apuñalado durante el incidente. Que habían llegado hasta su misma habitación. ¿Cómo podía estar tranquilo después de aquello? ¿Cómo podía abrir una puerta sin preguntarse si habría alguien al otro lado dispuesto a llevárselo? ¿Y si Alma no llegaba a tiempo? Y aunque afirmase no poder morir, Isaac seguía viéndola en el suelo, la sangre manando de ella sin pausa, el dolor escrito en sus facciones.

Se obligó a dejar la mente en blanco. Exhausto como estaba tras una noche en vela no era buena idea intentar encontrarle el sentido a la vida.

Y aún así, fue incapaz de relajarse. Un movimiento brusco por parte de Áleix lo obligó a salir de su mente. Asia había aparecido a pocos metros de él.

E Isaac no lo había notado.

Una parte de él se preguntaba si era debido a que Alma la 'había revelado'. Si hacerla visible para sus amigos había roto la especie de conexión que tenían. Parecía la hipótesis más viable, y aún así, también era causa de inquietudes, temores y preguntas sin respuesta. De sentimientos encontrados.

Que Áleix, Naia y Elia pudiesen verla había sido un alivio inmenso. Dejar de preocuparse por su posible incursión en el mundo de la locura, dejar de preocuparse por tener que mentirles, ocultarles la verdad, fingir que nada estaba ocurriendo. Poder compartirlo.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora