Áleix conducía a poca velocidad por una zona industrial desierta cubierta por el manto de la noche. La mayor parte de las farolas habían dejado de iluminar mucho tiempo atrás, siendo las restantes meros puntos de luz amarilla aislados.
Las pintadas y la basura eran el único elemento decorativo del lugar.
Naia se giró levemente hacia atrás para ver a Lilia. La atención y la concentración habían suplantado toda curiosidad y fascinación por el nuevo mundo que estaba viendo por primera vez.
Un ligero malestar se instaló en su estómago. ¿Estaban haciendo algo peligroso? ¿Habían hecho bien al confiar en la bruja? No le habían conseguido sacar mucha información sobre los Mercaderes. Sabían que se reunían en las confluencias, durante la noche, y que intercambiaban de información y elementos mágicos.
Les había asegurado que podrían pagar con dinero, pero, a parte, de eso iban a ciegas. ¿Cómo sería? ¿Qué se esperaría de ellos? ¿Destacarían? No sabían nada.
Naia volvió a girarse hacia delante. No tardó en vislumbrar su destino entre las naves industriales de una sola planta.
La iglesia parecía fuera de lugar entre los vulgares edificios. De ladrillos rojos, se alzaba imponente contra el cielo oscuro, su contorno puntiagudo apenas iluminado por la luz azulada de la luna. Parte del techo se había venido abajo y una enredadera cubría la mayor parte de la fachada principal. Pero a pesar de su estado de abandono, el inmenso rosetón de cristal y piedra se había mantenido intacto. También las dos largas y estrechas ventanas que la enmarcaban a lado y lado. Estaban ligeramente iluminadas desde el interior.
Los detalles eran de piedra blanca y de un cobre ya oxidado que, con los años, había ido adquiriendo tonalidades azuladas verdosas.
Naia imaginó que era gracias a la intrincada verja de metal que la rodeaba que se había salvado del vandalismo. A pesar de ello, la puerta del enrejado estaba abierta. También la de la iglesia.
—Hay luz dentro —comentó Áleix. Había aparcado el todoterreno detrás de una furgoneta con información sobre eclecticismo y fontanería pintada en los laterales.
Los tres contemplaron el lugar sin salir del vehículo. Así les había pedido Isaac que lo hiciesen: primero vigilar, asegurarse de que era seguro.
—¡Sale alguien! —exclamó Naia acercándose a la ventana.
Dos siluetas, hombres de mediana edad, salieron charlando del interior y se perdieron en la oscuridad calle allá. Unos minutos después una figura femenina entraba en el edificio, y poco después un grupo de diversos jóvenes abandonaba el recinto a pie.
En medio hora contaron más de cincuenta personas llegando y marchándose, algunos de ellos solo salieron a tomar el aire antes de volver a volver a entrar. No parecía que nadie estuviese vigilando la entrada.
Pero aun así...
Naia volvió a echarle una mirada a Lilia. Parte de su atención y alerta se había convertido en impaciencia. Observaba el edificio con un cierto anhelo.
—¿Creéis que debe haber ventanas en los laterales o por detrás? ¿Podríamos mirar desde ellas? —le preguntó Naia al chico. Las naves industriales apenas dejaban un par de metros de distancia con los laterales de la iglesia, por lo que no podían comprobar si las había desde su situación en el coche, enfrente del edificio.
—Puede que vidrieras —aventuró Áleix no muy convencido—. Pero no me extrañaría que, si las hubiese, o estuvieras muy altas o fueran bastante opacas...
—¿Qué hacemos? ¿Intentamos...?
—Entrar —la interrumpió Lilia—. Los Mercaderes reciben a todos quienes tengan algo que ofrecerles, y tenemos plata. No tendrían compradores si muy arriesgado fuese, es entrar bajo su techo y ser provisto de su completa protección.

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Cuando la muerte desapareció
Random¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la planta de arriba? ¿Qué harías si los golpes y gruñidos vienen ni más ni menos que de tu habitación? ¿Y si te dijera que abrir la puerta te c...