Capítulo 61

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Sabía que estaba soñando, y, aun así, era incapaz de despertarse.

Era perfectamente consciente de que los ataques de Asia y el estado de su hermana tras el rescate de los demonios no habían coincidido temporalmente, y, sin embargo, en ese momento parecían estar ocurriendo al mismo tiempo.

Las imágenes se entremezclaban entre sí, solapándose unas con otras como si miles de hechos estuvieran teniendo lugar simultáneamente e Isaac estuviera presente en todos y cada uno de ellos a pesar de que algunos eran pasado, otros serían pronto futuro y algunos ni siquiera habían llegado a ocurrir nunca.

Veía a Elia chillando como un animal sin consciencia llena de cortes y moratones; a Asia observándolo sin reconocerlo rodeada de muerte; veía pueblos arrasados, espíritus aterrorizados vagando en medio de campos de batalla y funerales en sus mil y una formas; veía a una Lilia mucho más joven en su lecho de muerte y decenas de rostros desencajados que no era capaz de ubicar.

Aunque la parte más racional de su mente le advertía de que no era más que una pesadilla, notaba una presión en el pecho que le impedía respirar con normalidad. O eso parecía. También era plenamente consciente de que la sensación de ahogo formaba parte del sueño. Saberlo no parecía ser suficiente para sobreponerse a ella.

Ante sus ojos, el recuerdo su hermana arañándole el rostro y los brazos se fundió con el puñetazo desesperado de un desconocido y las suplicas lejanas de Asia.

Por encima de su voz, un silbido agudo hizo acto de presencia. Primero fue suave, apenas perceptible, pero en el transcurso de unos breves segundos se volvió tan intenso que suplantó los sonidos de unos recuerdos en su mayoría ficticios.

Tan intenso que las imágenes dejaron de tener importancia; que lo obligó a llevarse las manos a los oídos y apretar con todas sus fuerzas; a cerrar los ojos y encogerse sobre sí mismo rezando para que terminara antes de que le estallara la cabeza.

Solo quedó el pitido y el dolor.

No supo cuánto tiempo transcurrió. Podrían haber sido segundos o horas, no lo sabría nunca. En un momento dado, indistinguible del anterior, un leve olor al humo del hogar se coló en el sueño. Fue el hilo que le permitió aferrarse a la consciencia y tirar hacia ella hasta que el color anaranjado de las llamas le dio la bienvenida al mundo de la vigilia.

Parpadeó con lentitud para adaptar la vista a la luz.

Incluso con la calidez que generaban el fuego y el contacto del edredón contra su piel, un frío conocido aguardaba a su lado.

Con un pequeño movimiento, se giró apenas lo suficiente para contemplar a Asia, solo para descubrir que la chica lo había estado observando a él.

—Hola —murmuró arrastrando las letras con somnolencia y una creciente tranquilidad instalándosele en el cuerpo. El pitido había desaparecido, convertido en un dolor sordo en el fondo de su mente. Las imágenes se desvanecían rápidamente de sus recuerdos como humo en la noche.

—Hola.

La chica se incorporó levemente sujetando la colcha sobre su pecho. Su melena oscura cayó como una cascada hacia un lado, densa, brillante y algo revuelta. Su piel pálida brillaba cálida ante la luz del fuego. Parecía incluso sonrosada. Serena, feliz. Viva.

Sus dedos reseguían la costura del edredón con movimientos pausados e inconscientes como solía hacer con la bata hospitalaria que todavía descansaba en el suelo.

Ambos estaban desnudos debajo de las mantas.

Y eran muy conscientes de ello.

A pesar de que la vergüenza y la incomodidad estaban al alcance de la mano, esperando a ver si eran requeridas, en el cuerpo de Isaac reinaba una agradable serenidad. Se sentía cómodo a su lado. Esperaba que ella se sintiera igual.

Cuando la muerte desaparecióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora