El aire gélido estaba saturado de una humedad sofocante que parecía pesar sobre sus hombros. Unas horas antes, los primeros tímidos copos de nieve del invierno habían caído con suavidad, si bien no habían llegado a vestir el suelo convirtiendo los vastos bosques que lo rodeaban todo en una postal navideña.
Con el cuerpo crispado por el frío implacable, Naiym se abrochó la chaqueta mientras el vaho blanco de su respiración se alzaba a su alrededor, envolviéndolo como un susurro fantasmal antes de desvanecerse en la profunda oscuridad de la noche.
Frotándose las manos para hacerlas entrar en calor, abrió el maletero del coche mientras su hermana se apoyaba en el lateral del vehículo, ajena al frío, y consultaba un mapa de del complejo industrial para familiarizarse con las callejuelas de los alrededores y comprobar la presencia de corrientes telúricas.
—Cuatro. ¿Te puedes creer que haya cuatro en apenas dos quilómetros cuadrados? —preguntó con un cierto hastío en la voz—. No acabo de entender por qué pasan tantas por aquí si no hay ab-so-lu-ta-men-te na-da.
Jazeera nunca había sido fanática de las zonas rurales. Hacerla feliz pasaba por día de compras en la ciudad y una noche de fiesta salvaje. Alejarla de las grandes metrópolis la sumía en un estado de apatía y amargor que se aseguraba de señalar cada dos por tres por más bonito que fuera el paisaje.
—No habrá nada —afirmó Naiym—, pero todo está pasando aquí —le recordó. Un trabajo que diera de qué hablar en casa solía ser suficiente para animarla. Más todavía si no tenían permiso para meterse de lleno en él. Como era el caso.
Su hermana rodó los ojos antes de dejar el mapa en la bandeja cubre equipajes del maletero e inclinarse hacia Naiym para que este pudiera dibujarle, con dedos entumecidos, el glifo de sangre en la frente. Al terminar, fue ella quien sumergió el dedo en el vial de sangre y trazó el mismo símbolo en la piel del chico.
—¿Entonces el plan vuelve a ser esperar? —preguntó la chica limpiándose el índice con un pañuelo que se tiñó de rojo. Se lo guardó en uno de los bolsillos de los pantalones y se colgó al hombro la bandolera cruzada, con todo lo necesario, que había preparado en el motel donde se estaban alojando. Un auténtico cuchitril.
Soñaba con el día en que su misión fuera tan importante que les dieran un presupuesto digno que garantizara un poco de comodidad, tampoco pedía mucho, y, sin embargo, sabía que probablemente ese día nunca llegaría. Menos todavía si la llevaban a cabo a escondidas porque no tenían autorización para hacerlo y, por tanto, nadie conocía su trascendencia.
Bufó entre dientes.
Su hermano le dedicó una ceja alzada, pensando que era debido a la idea de esperar, mientras se abrochaba la falquitrera alrededor de la cintura y enfundaba dos dagas adicionales. Le pasó a Jaz uno de sus estiletes favoritos. La chica lo ocultó con habilidad en su bota derecha.
Tras comprobar que lo tenían todo, Naiym cerró el maletero y se apoyó junto a su hermana, a la espera.
—¿Se acordó un lugar específico? —Fue una pregunta retórica.
—No.
—¿Tendría lógica que, habiendo tantas líneas ley, hubieran escogido un punto concreto?
—Claro —afirmó Jaz con fingida convicción. Naiym le dio un empujón.
—Muy graciosa.
» Y, además, los demonios son muy puntuales —añadió unos segundos después poniéndole un gran énfasis al adverbio intensificador.
—Ahora el graciosillo eres tú. Me saca de quicio que nunca aparezcan cuando...
Dejó que la frase muriera en sus labios. Ambos hermanos se incorporaron a la vez. Las luces del vehículo, dejadas encendidas expresamente, habían empezado a parpadear.

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Cuando la muerte desapareció
Random¿Qué harías si, durante una maratón de películas de terror con tus amigos, empiezas a escuchar ruidos en la planta de arriba? ¿Qué harías si los golpes y gruñidos vienen ni más ni menos que de tu habitación? ¿Y si te dijera que abrir la puerta te c...