E10: Petalos y cadenas

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    El tiempo, ese tejedor de destinos, a menudo se asemeja a un vino que mejora con los años, pero también es un artífice de heridas que se profundizan en la quietud. Como un reloj de arena que se vacía, nos recuerda que cada grano caído es una oportunidad perdida, un momento que no volverá. Nos engaña haciéndonos creer que es un aliado, pero en su marcha implacable, nos roba personas, momentos y partes de nuestro ser que no podemos recuperar. El río de la vida fluye sin cesar, y aunque el agua sigue su curso, nunca es la misma, y los peces que una vez nadaron en sus corrientes se pierden en la vastedad del océano del tiempo.

Para el padre de Chin Hae, el tiempo se convirtió en un enemigo silencioso después de su participación en el ataque a la familia real. Le arrebató momentos preciosos con su hijo, instantes de felicidad con su esposa, y la razón por la que había actuado lo traicionó, dejándolo con una herida abierta y un remordimiento eterno.

Aunque se arrepintió de su decisión, el tiempo no ofreció segundas oportunidades, ni un camino para enmendar los errores. Después de años de espera, el atacante, aquel espectro de venganza que se había movido en las sombras, encontró que el tiempo no había sido su aliado. Lejos de sanar sus heridas, cada segundo que pasaba solo servía para avivar el fuego de su rencor. El tiempo, en lugar de ser un bálsamo, se convirtió en un recordatorio constante de lo que había perdido: oportunidades, momentos de felicidad, y la posibilidad de un futuro diferente. La decisión de actuar contra la familia real, tomada en un momento de ira ciega, se había convertido en una cadena que lo arrastraba hacia un abismo de desesperación.
El atacante había esperado pacientemente, observando, calculando, hasta que el día perfecto pareció presentarse ante él. Sin querer desperdiciar ni un segundo más, vigiló cada movimiento de la princesa con una discreción fantasmal. Pero incluso mientras se preparaba para ejecutar su plan, una pregunta se anidaba en lo más profundo de su ser: ¿Realmente valía la pena continuar con su venganza? ¿O acaso el tiempo le había enseñado que algunas heridas son mejor dejarlas cerrar?
   El bosque se había convertido en un escenario de tensión y sombras danzantes. El atacante, con la determinación grabada en su semblante, finalmente encontró a Chin Hae. No hubo palabras, solo una mirada que fue suficiente para encender la chispa de un enfrentamiento inevitable. Los dos hombres, movidos por fuerzas opuestas, chocaron con la furia de la tormenta que se avecinaba. Chin Hae, con la agilidad de un felino, esquivó el primer ataque, pero el atacante era implacable. Los golpes resonaban como truenos sordos entre los árboles, y cada movimiento era una danza peligrosa al borde del precipicio. La pelea era emotiva, cada puñetazo cargado con la historia no contada de sus almas. Chin Hae recibió un golpe tras otro, su cuerpo comenzando a mostrar el cansancio de la batalla, pero su espíritu no se quebraba. Finalmente, con un movimiento desesperado, Chin Hae logró desarmar al atacante, y con un empujón, lo alejó. Respirando con dificultad, se permitió un momento para recuperarse, su cuerpo magullado y golpeado, pero su determinación intacta. El atacante, herido y exhausto, no pudo seguir persiguiendo a Chin Hae. Desapareció entre la maleza como un fantasma entre las sombras, dejando atrás su sed de venganza. Chin Hae, tras asegurarse de que el atacante se había ido, se dirigió hacia el río, donde el destino le tenía preparado un encuentro inesperado con la princesa heredera. Ambos, al verse, sintieron un alivio inmenso. Chin Hae, llevado por la emoción del momento, corrió hacia ella y la abrazó, sus ojos llorosos reflejando el miedo y el alivio de encontrarla sana y salva. Tras un instante, se dio cuenta de la intimidad de su gesto y, con una disculpa apresurada, se separó de ella.
El atacante, un hombre de ojos agudos y determinación inquebrantable, no apartó su mirada de Chin Hae. Sabía que, tarde o temprano, este joven probablemente encontraría a la princesa heredera, y así podría descubrir su escondite. Sin embargo, para su desgracia, Chin Hae notó su presencia. Como un fantasma, desapareció entre los arbustos, las piedras y los árboles, volviéndose tan inalcanzable como el polvo en el viento. Mientras tanto, entre los grandes árboles que bordeaban el río, Chin Hae, después de haber corrido durante un tiempo que parecía una eternidad, escuchó a una mujer quejándose del dolor. Su corazón se llenó de esperanza y se acercó al río. Cuando vio el rostro de la mujer, su corazón saltó de alegría. Era la princesa heredera. Ambos estaban felices de verse. Chin Hae, dejándose llevar por la emoción, corrió hacia ella. La abrazó con fuerza y, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo que estaba muy preocupado y le preguntó si estaba herida. Pero, al darse cuenta de lo que estaba haciendo era inapropiado, la soltó de inmediato y se disculpó. Ella, nerviosa, desvió la conversación diciendo que estaba bien pero quería volver al palacio lo antes posible para detener su búsqueda. Pero Chin Hae la detuvo, diciendo: “Todos creen que escapaste por un romance. Encontraron una carta tuya en tus aposentos, diciendo que no querías causar problemas a la familia real. Todos están alterados en el palacio. Se tranquilizarían si llegaras y aclararas lo que pasó y que viste al atacante. Será útil para atraparlo. Pero mejor descansa ahora y cuando estés mejor iremos. Además, no debemos descuidarnos, él podría aparecer en cualquier momento y…”
Ae Young lo interrumpió, pidiendo que no expongan al atacante. Al contrario, que la ayude a detener la investigación. “Buscarlo sería una pérdida de tiempo. Mejor ayúdame a evitar que lo encuentren. Él tiene sus razones por las que actúa así. Escapé por miedo a que me matara pero… pero no creo que debamos castigarlo. Para él, solo está haciendo justicia. Debemos ayudarlo a entender que no es la mejor manera.” Chin Hae le pareció extraño, pero no quiso interrogarla debido a lo que recién había pasado. Después recordó que ella parecía tener mucho dolor pero fingió estar bien. Así que creyó que ella solo decía eso porque tenía miedo y por eso quería dejarlo en paz. Pero usó esa excusa para encubrirlo. Aun así, no pudo evitar preguntar cuáles serían esas razones. “No estoy muy segura, pero parece que hace años, él sufrió demasiado por mi culpa. Quizás merezco lo que estoy pasando. Si le hice daño, trataré de ayudarlo lo más que pueda. Quiero evitar que lo atrapen.”
A Chin Hae le extrañó demasiado esta actitud. Sabía más que nadie que ella era la primera que deseaba atraparlo. Así que, muy apenado, le pidió a la princesa que le diera algo de tiempo para pensar en qué hacer con el tema. En el palacio, un aire de nerviosismo se había apoderado de todos. El historiador Kim Woong Sik, con su pluma en mano, estaba junto al rey, documentando los eventos del día como de costumbre. Sin embargo, ese día no era como cualquier otro, tendría mucho más para escribir debido a la agitación que se había desatado por el supuesto “escape” de la princesa heredera. Después de una hora de arduo trabajo, cuando el sol comenzaba a despedirse y la hora de la cena se acercaba, el rey, exhausto y con los hombros caídos por el peso de la preocupación, le dijo a Woong Sik que podía tomarse el resto del día libre. Había estado trabajando desde el amanecer y se merecía un descanso. Además, el rey se encargaría de que alguien más tomara su lugar después. A Woong Sik le pareció una buena idea. Sus ojos estaban cansados y su estómago rugía de hambre, así que aceptó educadamente y se retiró para cenar y volver a su hogar. Después de terminar de comer, vio a Nam Ji Min, quien parecía un manojo de nervios. Ella le confesó que estaba muy preocupada por Nam Chin Hae, ya que no lo había visto desde temprano en la mañana. Le pidió que la ayudara a buscarlo y que si lo veía, le avisara de inmediato. Ambos se embarcaron en la búsqueda, recorriendo los rincones del palacio con la esperanza de encontrar alguna pista. De repente, Kim Woong Sik vio a un hombre correr hacia los aposentos de la princesa. Su instinto le decía que algo no estaba bien, así que, pensando que podría ser Nam Chin Hae, decidió seguirlo en secreto. Sin embargo, para su sorpresa, este hombre no era Chin Hae. A pesar de que no logró ver su rostro, observó cómo el hombre entraba a los aposentos de la princesa heredera aprovechando que no había nadie cerca. El hombre comenzó a registrar todas las pertenencias de la princesa. Woong Sik, escondido en las sombras, no se atrevió a interrumpir y prefirió observar para ver qué planeaba. Después de un rato, el hombre encontró un libro escondido bajo una tabla de madera del suelo y salió rápidamente. Woong Sik también se fue para evitar ser visto, pero continuó persiguiéndolo hasta que vio al hombre entrar a una pequeña casa en el exterior del palacio. Con la intención de seguir persiguiéndolo, Woong Sik entró detrás de él. Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo, recibió un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente. La oscuridad se apoderó de él, dejándolo en un silencio inquietante.
   En el corazón del bosque, Nam Chin Hae se encontraba cuidadosamente aplicando un remedio a base de plantas medicinales a las heridas de Ae Young. Habían encontrado las plantas en las cercanías, y él había preparado el ungüento con manos expertas. Ae Young, con su rostro pálido y sus ojos llenos de ansiedad, parecía desesperada por volver al palacio. Sin embargo, Chin Hae, con su mirada llena de preocupación, insistía en que estaba demasiado débil y que no debía gastar su energía en un viaje tan largo. A pesar de su insistencia, Ae Young no parecía dispuesta a quedarse en el bosque por más tiempo. Chin Hae, viendo su determinación, no tuvo más opción que ceder y permitirle que intentara el viaje. Comenzaron a caminar, pero no pasó mucho tiempo antes de que la princesa se detuviera. Con una voz suave, le dijo a Chin Hae que él seguramente estaba cansado y que no había problema si quería descansar. Chin Hae, al oírla, se dio cuenta de que ella no quería admitir que estaba exhausta de caminar. Decidió seguirle el juego y asintió con la cabeza, sentándose en la tierra. En ese momento, ella caminó hacia él para sentarse a su lado. Chin Hae la miró detenidamente y notó que estaba cojeando. Inmediatamente le preguntó si se había lastimado el pie.
Ella admitió que sí, pero restó importancia a la situación. “Cuando escapé, pateé a ese hombre pero me golpeé sin querer. Pero no es nada, apenas lo siento”, dijo con una sonrisa forzada. Chin Hae, sin embargo, no le creyó. “Aja, te golpeaste peleando y no te duele. Ni usted misma puede creérselo, su majestad. Siéntese y déjeme ver. Yo seré quien concluya si es grave o no”, respondió con una mirada seria. La princesa heredera, conocida por su comportamiento terco, sabía que la terquedad de Nam Chin Hae cuando se trataba de su bienestar podía ser aún peor. Así que, a regañadientes, cedió y dejó que él la ayudara. Mientras Chin Hae examinaba su herida, le dijo: “Si en un futuro vuelve a lastimarse, siente dolor, tiene algún problema o preocupación, por favor no finjas estar bien. Soy tu amigo y me preocupo por usted. Su majestad, prométame que no compartirá solo sus momentos felices conmigo. Prométame que me dejará luchar su guerra con usted. No pelee sola si tiene a alguien dispuesto a ayudar a su lado”. Estas palabras conmovieron a Ae-Young. Con los ojos brillantes y una sonrisa sincera, le aseguró que a partir de ese momento no le ocultaría sus problemas. “No tienes que preocuparte por eso”, le dijo, llenando el aire con una promesa de confianza y apoyo mutuo.
    El tobillo de la princesa estaba hinchado, pero Chin Hae, consciente de que el camino de regreso al palacio era un laberinto de senderos sinuosos y empinados, insistió con una preocupación palpable en su voz que debía descansar. Sin embargo, la princesa, con su espíritu indomable, se mantuvo firme en su decisión de regresar al palacio lo más rápido posible. Chin Hae, en un intento de evitar una discusión con ella, tuvo una idea. Le pidió que se quedara quieta y, con un movimiento fluido, se colocó detrás de ella y la levantó en sus brazos, prometiendo llevarla todo el camino para que no tuviera que caminar. Cuando Chin Hae la levantó en sus brazos, Ae Young sintió un ligero nerviosismo. El camino de regreso al palacio estaba lleno de silencios, interrumpidos solo por el sonido de los pasos de Chin Hae. Ae Young se encontró observando a Chin Hae. La forma en que sus cejas se fruncían ligeramente cuando se concentraba en el camino, la determinación en sus ojos. Todo esto le hizo ver a Chin Hae de una manera completamente nueva.
    Mientras tanto, en el palacio, Woong Sik finalmente estaba despertando de su inconsciencia. Se encontraba en una habitación lujosamente decorada, rodeado por el médico real, varias enfermeras y el guardaespaldas que lo había encontrado herido y lo había llevado al palacio. Agradeció al guardaespaldas y aprovechó para preguntarle sobre el paradero de la princesa heredera. El guardaespaldas le explicó que había escuchado rumores de que la princesa había huido con un hombre y que había pasado toda la mañana buscándola. Al a la tarde, escuchó a unas mujeres decir que la princesa heredera estaba en el bosque con ese hombre y que parecían estar volviendo. Fue al bosque en busca de ellos, pero no los encontró. Al volver, vio al hombre que había visto la noche anterior saliendo sigilosamente de una casa, lo que le pareció sospechoso. Entró y encontró a Woong Sik tirado en el suelo. Justo cuando Woong Sik le pidió al guardaespaldas que lo ayudara a buscar a la princesa heredera y a Nam Chin Hae, se escuchó la voz de este último. Chin Hae había traído a la princesa heredera, cargándola en sus brazos hasta el palacio. Con prisa, le explicó al médico que la princesa había sido secuestrada y se había lastimado al intentar escapar. El médico la examinó y aseguró que todo estaba bien, solo necesitaba descansar.
En ese momento, la reina llegó, claramente alterada. Los rumores de que Chin Hae era el hombre con quien la princesa había planeado escapar habían inundado el palacio a la velocidad de un relámpago. Además, fue un escándalo ver a un hombre que no era Han Suk Hyun cargando a la princesa heredera. Muy molesta, la reina exigió una explicación.

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