A veces, ocultamos heridas detrás de máscaras, maquillaje o en las sombras. Pero, inevitablemente, las máscaras se desgastan y se rompen, el maquillaje se difumina y las sombras, tarde o temprano, deben ser iluminadas y desvanecerse. Una vez expuestas, estas heridas son tan grandes y profundas que resulta imposible pasarlas por alto. La historia del palacio está envuelta en confusión, con más mitos y rumores que relatos verídicos sobre lo sucedido al nacer la princesa heredera. ¿Por qué una mujer? ¿Por qué no un príncipe, como se esperaba? ¿Qué le ocurrió al príncipe heredero anterior?
Cuando la princesa heredera vino al mundo, todos creían que sería un varón, listo para reemplazar al príncipe heredero en caso de necesidad. Sin embargo, para sorpresa de todos en el palacio, el bebé era una niña. Inicialmente, se contempló la posibilidad de acabar con su vida para evitar complicaciones en la familia real. El hombre que había jurado lealtad al rey, con ojos que reflejaban un conflicto interno profundo, tomó la decisión que cambiaría el destino del reino. Con la noche como cómplice y la luna llena iluminando su traición, lideró un ataque sorpresa que resonaría a través de la historia del palacio. La reina, cuya belleza era tan legendaria como su astucia, quedó atrapada en la trampa floral de su propio jardín, sumida en un sueño forzado por el polen venenoso. Mientras tanto, Ae-Young, la princesa inadvertida, dormía en su cuna, ajena al caos que se desataba a su alrededor. El traidor, con una mirada última de remordimiento hacia la inocente, aseguró su bienestar antes de desvanecerse en la oscuridad de la noche, llevándose consigo no solo al heredero sino también la paz del reino. Tras su partida, sus cómplices también desaparecieron, y aunque la guardia real los persiguió, los perdieron en las montañas.
Horas más tarde, cuando la reina finalmente despertó, aún débil, su primera preocupación fue el bienestar de su hija. El rey, furioso por los eventos del día, confirmó que la niña estaba viva, pero insinuó que no por mucho tiempo. La reina, angustiada, suplicó verla y permanecer a su lado hasta recuperarse y poder tomar una decisión conjunta. El rey, tras un silencio reflexivo, accedió y pidió a la enfermera que cuidaba de la bebé que se la entregara a su madre. Aquella noche, la reina no pudo dormir por la preocupación, la seguridad del palacio se intensificó y el rey, consumido por la ira y la sensación de traición, no cerró los ojos. Solo pudo reforzar la seguridad y enviar más guardias en busca del traidor que había secuestrado al príncipe heredero. Pero entre todos, el más afectado fue Chin-Hae, de cinco años, quien lloraba sin cesar desde el inicio del ataque, abandonado por un padre que traicionó a la corona y una madre que murió en el asalto. La reunión al amanecer entre el rey y la reina fue tensa, con el aire aún cargado de los ecos de la traición. El rey, un hombre de estatura imponente y mirada que solía inspirar temor, ahora mostraba una vulnerabilidad desconocida. La reina, con su rostro aún pálido por el veneno pero con una determinación férrea en sus ojos, suplicó por la vida de su hija. Sus palabras, impregnadas de una mezcla de desesperación y esperanza, finalmente ablandaron el corazón endurecido del rey. Juntos, llegaron a un acuerdo precario: la princesa viviría, pero bajo la sombra de un futuro incierto, donde cada día sería un regalo y cada suspiro, un recordatorio de la fragilidad de su posición.
Los días transcurrían y el padre de Chin Hae seguía sin aparecer. El consejero, tras interrogar repetidamente a Nam Chin Hae, solo recibía su nombre y un silencio obstinado en lugar del apellido. Cuando se le preguntaba sobre su padre o su nombre completo, el niño fingía ignorancia o inventaba historias, consciente de que revelar su linaje solo traería desgracia, siendo el hijo de un hombre capaz de atacar el palacio, causar la muerte de su esposa y abandonar a su propio hijo. Además, creyó que no sería importante ya que había muerto durante el ataque.
Por otro lado, la reina aún no había concebido otro heredero, y el príncipe perdido seguía sin ser encontrado. A pesar del dolor por la pérdida de su hijo, en lo más profundo de su corazón, la reina sentía un alivio egoísta, sabiendo que la presencia de un sucesor significaría el fin de Ae-Young en el palacio. El tiempo pasaba inexorablemente, y Ae-Young estaba a punto de cumplir cinco años, sin que apareciera el heredero y con la reina incapacitada para tener más hijos debido al polen venenoso. Chin Hae, ahora de diez años, había sido adoptado por el consejero Nam Seok-Woo y su hija Nam Ji-Min, y llevaba su apellido con una mezcla de gratitud y dolor.
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Amor de Palacio
Romantizm✮ 𝑼𝒏𝒂 𝒉𝒆𝒓𝒆𝒅𝒆𝒓𝒂 𝒂𝒍 𝒕𝒓𝒐𝒏𝒐 𝒄𝒖𝒚𝒐 𝒑𝒂𝒔𝒂𝒅𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒖𝒗𝒐 𝒆𝒎𝒃𝒂𝒓𝒓𝒂𝒅𝒐 𝒅𝒆 𝒔𝒂𝒏𝒈𝒓𝒆 𝒚 𝒅𝒐𝒍𝒐𝒓. ✮ 𝑼𝒏 𝒉𝒖𝒆́𝒓𝒇𝒂𝒏𝒐 𝒄𝒖𝒚𝒐 𝒑𝒂𝒅𝒓𝒆 𝒕𝒆𝒏𝒊́𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒏𝒄𝒉𝒂𝒅𝒂𝒔 𝒚 𝒄𝒂𝒓𝒈𝒂𝒃𝒂 𝒕𝒓�...