Quisiera decir que el sol golpeando la cara del pelinegro lo había despertado, que el canto de los pájaros resonó en el eco de la habitación, pero en ese blanco y pequeño cuarto no habían ventanas donde los rayos de sol puedan apreciarse, y las paredes eran tan gruesas que no traspasaba sonido alguno. De todos modos los odiaba, así que eso era lo bueno de estar encerrado aquí; silencio absoluto.
Xiao despertó como de costumbre; con sus muñecas irritadas y incómodo por las cadenas que lo apresaban. Casi no pudo pegar ojo en toda la noche, las palabras de ese rubio las tenía grabadas en la cabeza.
«Atractivo»
Él no era atractivo, en absoluto; jamás se consideró atractivo. No tenía tiempo de pensar en esas cosas cuando tenía las órdenes de sus amos taladrando su cabeza, manteniéndose en movimiento de un lado a otro como un perrito faldero.
Dejó de pensar y recordar esos momentos cuando escuchó el rechinar metálico de la puerta. Esa puerta era muy ruidosa, imposible pasarla desapercibida.
—Buenos días —saludó con una sonrisa el científico de la otra vez, con su característico maletín en sus manos y su animada presencia. A simple vista era un chico dulce y encantador, con una sonrisa y unos ojos que te cautivan a la primera. Xiao no pasó desapercibido eso.
«Demasiado amable» pensó Xiao.
Una amabilidad que no pensaba desaprovechar.
—¿Cómo dormiste? —preguntó él sin quitar esa cálida sonrisa de su rostro. Este chico tenía un brillo resplandeciente que cegaba a Xiao, por eso lo odiaba.
Tantos años de su vida viviendo en ambientes oscuros y turbios, rodeado de desesperación y crueldad, que el más mínimo rayo de luz, lo esquivaba como si fuera alérgico.
—No te importa —respondió gélido. Frunció el entrecejo dejando de prestarle su atención perdiendo su mirada nuevamente en el techo.
El rubio contrajo sus labios en un mohín y dejó su maletín en la pequeña mesa al lado de la puerta. Xiao ya sabía a qué venía, y la sola idea sacaba lo peor de sí.
—Parece que alguien se levantó con el pie izquierdo —bromeó, intentando aligerar el ambiente; no funcionó— ¿Hoy tampoco tienes ganas de cooperar? —no obtuvo respuesta.
El silencio volvió a reinar, hasta que el hombre Garuda se levantó y sentó sobre su cama, creando un sonido metálico de las cadenas al moverse. Su mirada no se despegó del científico, analizando cualquier cosa de él; su vestimenta, actitudes, rostro, cuerpo... A su parecer, no estaba nada mal.
El de trenza sonrió al obtener una reacción de parte suya, quería creer que era algo positivo.
—¿Vas a ayudarme? —habló con un tono emocionado. Su actitud le extrañó un poco, no era algo como para brincar de la alegría.
El pelinegro resopló rendido y asintió. Odiaba profundamente que lo toquen, especialmente para obtener muestras de su cuerpo como una rata de laboratorio. Pero, necesitaba hacer un pequeño sacrificio para acercarse a ese rubio.
El científico sonrió, creía que sería más difícil convencerlo.
—Voy a necesitar que te quites la ropa —los ojos del chico se abrieron y hizo una mueca de repulsión. Su mente le llevó a pensar cosas indebidas sobre la situación.
—¿Perdón?
—Escuchaste bien, quítate la ropa —volvió a repetir, con la mirada en su tableta que quitó de su maletín segundos atrás. Xiao no podía creerlo, realmente le estaba pidiendo algo tan repulsivo como eso—. No pongas esa cara. Solo tienes que quitarte la parte de arriba —aclaró mirándolo con una sonrisa.