"Lo prometo"
Vaya mentira más cruel. Era obvio y aún así, Aether creyó ciegamente en él.
El chico se sentía devastado, con su espalda apoyada en el barandal del puente y sus rodillas tapando su rostro humedecido por el río de lágrimas que caían por sus mejillas ruborizadas debido al frío. Estuvo ahí horas, hundido en un mar de lágrimas más grande que el que tiene detrás de él.
Llegó el momento en que sus ojos hinchados y rojos, ya no derramaban ni una sola lágrima. Había derramado tanto líquido que ya le estaba comenzando a doler la cabeza, y el sonido de los pájaros lo hizo despegar el rostro hundido en sus rodillas.
Cuando se permitió ver al frente, un rayo de luz golpeó su cara. Entrecerró los ojos viendo el hermoso amanecer que no llegaba a transmitirle nada.
¿Cuánto tiempo pasó llorando? No lo sabe, pero tampoco le importa.
En silencio, observa el sol saliendo de forma tan hermosa y elegante que le duele. Pasó días imaginando ver esta espléndida vista junto a Xiao, sintiendo la calidez de su mano y susurrándole al oido un sin fin de veces que lo ama.
Al sentirse totalmente entumecido por la posición en la que estuvo casi toda la noche, él se puso de pie, sintiendo sus piernas apenas responderle y sus dedos que apenas los sentía, congelados por el frío.
Su corazón todavía dolía, pero tenía la mente en blanco y sus ojos estaban rojos y secos de tanto llorar. Con la mirada baja y sus piernas adoloridas, se fue a casa, dejando caer la pluma que aún sostenía con dolor al suelo, esa pluma que antes le encantaba tocar, ahora le quemaba.
El viento sopló y se llevó la pluma consigo. No le importaba dónde, solo quería dejar de sentirla cerca.
Está seguro de que tendrá problemas en el trabajo pero no quiere pensar en eso, solo quiere llegar a su casa y descansar un poco antes de tener que enfrentar su castigo.
Aunque a estas alturas, eso no podía importarle menos.
—¡¿Cómo se les ocurre hacer una fiesta en la azotea?! —gritó enfurecido el de cabellos verdes, completamente fuera de sí, lo que dejó al grupo de amigos parados en una línea frente a él aturdidos y completamente estupefactos; nunca vieron a su jefe tan enfadado.
—No era una fiesta, era una reuni-
—¡No me importa! —interrumpió con un grito a Venti, quien se encogió de hombros en su lugar— ¡Por su descuido, el Garuda escapó! —miró a todos, especialmente a Venti, quien era responsable de quedarse vigilando por las cámaras de seguridad.
El hombre, irritado, masajea el puente de su nariz y camina de un lado a otro. Aquel experimento era un total peligro, y que merodee por teyvat sucumbiría un enorme riesgo a quienes se lo crucen.
—¿Solo ustedes estuvieron aquí anoche?
—También lo estuvo Aether —mencionó Keching.
—Sí, pero me dijo que le dolía la cabeza y se retiró antes, incluso lo acompañé —mintió Venti. Él era el único consciente de la relación del científico con el ave, y no quiere que su amigo termine desempleado porque, definitivamente sabe que él fue quien lo liberó.