Fue un día agotador para el científico.
Las horas de sueño que no logró conciliar le pegaron fuerte en todo el día, y en su rostro se veía lo abatido que estaba. No era propio de él estar distraído en el trabajo, pero no podía pensar claramente, y más cuando todavía siente el pesar del cuchillo clavado en su espalda.
Tan pronto como cruzó esa puerta, se quitó sus zapatos y su mascota no tardó en venir corriendo a frotarse cariñosamente a él, maullando y ronroneando, enredando su cola en sus piernas. Rogaba por comida a pesar de haber comido su ración diaria de esta tarde.
Aether esboza una sonrisa tenue y acaricia su pequeña cabeza.
—¿Tienes hambre? —la gata maulla en respuesta.
Aether sonríe y va a la cocina, seguido por la ansiosa de la felina.
De la alacena, el rubio saca un sobre de Whiskas y lo abre. Se inclina poniéndose de cuclillas en el suelo a verter el atún en el pequeño plato rosa de su minina.
Aether se queda ahí, observando a la gata comer ansiosa su comida, soltando una pequeña risa al ver lo glotona que era. Pasa su mano por su cuerpo acariciándola, obteniendo un ronroneo de parte del animal.
Él se queda abrazando sus rodillas mientras la mira comer en silencio, con los pensamientos divagando en otro lado.
Sus pensamientos lo traicionan y van de nuevo a él. Todavía recuerda cuando se le confesó, cuando lo besaba sin vergüenza o cuando parecía preocupado por su bienestar. ¿Siquiera sintió algo cuando estaba con él? ¿Cuando lo besaba o acariciaba? Probablemente solo fue un teatro que se armó para lograr su objetivo.
Aether creía que a Xiao le costaba expresar sus emociones, pero ahora se da cuenta de que en realidad nunca sintió nada por él.
Sus ojos se aguaron de nuevo y sus pensamientos volvieron a la felina que degustaba contenta su comida frente a él.
Pasa su mano sobre ella volviendo a acariciar su pelaje.
—Ojalá nunca te enamores, Paimon. Solo trae problemas —se irguió y puso de pie; fue a su habitación.
Necesitaba descansar, realmente le urgía hacerlo.
Aprovecharía mañana, domingo, y que no es necesario para él ir al trabajo, a quedarse todo el día en casa descansando y maldiciéndose a sí mismo por ser tan estúpido de caer ante una cara bonita.
Por primera vez, no le importó su vestimenta, no le importó verse como un vagabundo ni tener un nido de pájaros en la cabeza; por primera vez no le importaba verse bien para otros.Con ropa holgada y que solo usarías para estar en casa, salió de compras. No tenía ganas pero era sumamente necesario hacerlas en su único día libre de la semana.
Sintió las miradas de las personas a su alrededor que lo juzgaban y criticaban, algunas sintiendo lastima por lo devastado que se veía el rubio. No le importó ninguna de esas personas y con las bolsas de plástico del supermercado, fue a su casa.