—Llegué —anunció al rubio entrando por esa puerta con una pequeña bolsa de plástico colgando de su muñeca—, te traje un medicamento para la fibra que te va a ayudar... —entró a la sala pero no había nadie, ni un alma, a excepción de la gata que dormía en el sofá individual—. ¿Xiao?
El rubio sintió su corazón palpitar con angustia y miedo al no divisar al chico por ningún lado. ¿No habrá sido capaz de huir de nuevo? No, imposible. En ese estado apenas si puede caminar.
Aether buscó desesperado por toda la casa, sin resultados. Sus ojos Se volvieron acuosos y la desesperación lo estaba sucumbiendo, no sabía qué hacer ni en dónde se había metido, y le preocupaba que por causa de su delirio, haga alguna estupidez.
Solo tenía que calmarse y pensar: ¿Cuál es el único lugar que una criatura como él puede estar? El bosque, sin duda.
Tenía que darse prisa, estaba oscureciendo y el bosque a la noche podría ser peligroso por las criaturas que habitan.
—Devuélvemelas —todo le da vueltas y apenas puede mantenerse de pie; su voz salía altiva y arrastras, luchando para no perder la conciencia.
—¿De qué estás hablando? —carcajeó en un tono molesto el Naga.
—Sabes bien de lo que estoy hablando, Scaramouche.
El chico ríe.
—Devuélveme mis alas —después de haberlo dejado escapar para sufrir la pérdida de sus alas el resto de su miserable vida, él vuelve a la boca del lobo, donde fue torturado y masacrado en miles de formas; donde su alma se iba desgarrando.
La criatura sonrió, burlesco.
—Lo lamento, ya no las tenemos.
—¿Dónde están? —sus ojos se encendieron en un ámbar tenue y débil. Su visión comenzó a nublarse y no podía ser coherente, no cuando tiene frente a él al jefe de los Nagas, a la criatura que arrebató vilmente sus alas sin siquiera temblarle el pulso.
—Ahora mismo —él sonríe ladino—, están hechas cenizas.
Los ojos de Xiao se agrandaron y sintió su sangre hervir. Como pudo, se acercó al chico serpiente alzando su puño para golpearlo, pero sus débiles movimientos eran lentos, y con un solo golpe fue derribado al suelo por el Naga.
El golpe fue directo en medio de una de sus heridas en su abdomen, haciéndolo escupir sangre.
—¡Xiao! —un grito se escuchó a lo lejos entre esos árboles.
El grupo de Nagas volteó al rubio que apareció entre esos árboles con la ropa desaliñada y el cabello despeinado; algunos rasguños en su piel y ropa.
Su respiración estaba jadeante y sus ojos se humedecieron al verlo en el piso, temblando y luchando por ponerse de pie; no dudó en correr a él.
—Xiao, ¿Estás bien? —lo tomó del hombro y lo dio vuelta para ayudar y ver su pálido rostro; el hilo de sangre cayendo por sus labios y su aspecto demacrado; eso lo hizo entrar en pánico.