—Y este es el campo de entrenamiento —entró al lugar con el chico siguiéndole el paso, siendo el último lugar del recorrido donde los agentes hacen ejercicio, entrenan y practican con todo tipo de armas—. Tienes que tener autorización para poder utilizar las armas.
—Entiendo —asintió mirando el inmenso lugar dentro del edificio y toda la gente ocupada en sus asuntos caminando por ahí.
Aether se quedó con la mirada perdida en ese lugar, el mismo lugar donde las palabras confesándose de ese chico aún divagaban en el aire.
Siente un pesar horrible en el pecho cada que lo recuerda. Su rostro, sus ojos, sus labios... todo parecía perfecto en él, parecía salido de un cuento de hadas, un cuento de hadas donde él terminó siendo el villano despiadado que pisó sin piedad su corazón.
Si tan solo nunca hubiese mezclado amor con trabajo.
El azabache lo mira al extrañarle el silencio repentino del científico.
—¿Estás bien? —preguntó extrañado al ver la lágrima deslizándose por la mejilla del rubio.
—¿Qué? —su voz lo hizo salir del trance en el que estaba—. Sí, estoy bien —quitó rápidamente la vista y con la manga de su bata, se limpio el rostro.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? —Aether niega.
—No, no es nada, no te preocupes —lo miró con una sonrisa forzada—. Te acompañaré al laboratorio para que puedas iniciar con tu trabajo, yo tengo algo que hacer después —el chico asiente.
—No olvides llamarme si necesitas algo —sonrió amablemente al chico, poniendo el esmero para verse bien.
Scaramouche asiente.
—Aether, menos mal que te encuentro —llegó Venti y parece bastante serio, poco común en él. Eso desorientó al rubio—. ¿Podemos hablar?
—Claro —tan pronto dijo eso, el de trenzas no se esperó para tomarlo del brazo y llevarlo arrastras al baño, donde todo era más tranquilo y donde había menos gente para que no sean escuchados—. ¿Qué pasa?
—¿Cómo que "qué pasa"? —él lo mira enojado, y eso es aún más extraño en él— ¿Tú tuviste algo que ver con la desaparición del Garuda? —susurró.
Aether aprieta sus labios y sus ojos se aguaron. Da unos pasos a su amigo y deja caer su frente en su hombro, escondiendo su rostro totalmente abatido en el hueco del cuello de su amigo.
—Me utilizó —su voz se quebró y sus lágrimas humedecieron la ropa del chico.
Mientras el rubio sollozaba en su hombro buscando algo de afecto y consuelo, el de trenzas con lástima, palmeó suavemente su espalda y lo dejó desahogar.
—Él me prometió que no huiría —solloza entre lágrimas, descargando en el hombro del chico lo que no puede hacer con nadie más—, y yo como un estúpido le creí.