En épocas pasadas, donde reinaban el esclavismo y la servidumbre, donde las únicas palabras de valor las tenían la gente de la alta sociedad y donde criaturas inhumanas eran esclavizadas para cumplir los caprichos, incluyendo los pecados más turbios de sus dueños, siendo sus fieles esclavos hasta el día de su muerte.
Matar; servir; y obedecer, ser esclavos sin valor que para lo único que servían era para cumplir las horribles atrocidades que anhelaban sus dueños en lo más profundo de sus putrefactos corazones.
Cometer horribles pecados eran su día a día. No había día que no anhelaran ver el sol en ese oscurezco y sombrío cielo gris, fuera de los barrotes del calabozo que tenían por habitación. Anhelaban la libertad, deseaban experimentar lo que era tomar decisiones por uno mismo; querían hacer más que solo seguir las crueles órdenes de sus amos.
Pero claro, el contrato que habían firmado con los humanos era un engaño, un absoluto fraude. Cayeron con inocencia en sus crueles garras creyendo que si firmaban tendrían un techo, comida y un hogar donde ya no tendrían que preocuparse si llegan vivos al día de mañana, todo eso a cambio de ser sus humildes y fieles sirvientes.
Obtuvieron todo eso, pero en las cuatro paredes húmedas y frías de un calabozo.
Un día, una enorme guerra sucumbió las tierras de Liyue, donde todas las criaturas fueron obligadas a combatir. Nadie tuvo en cuenta que el valor numérico fue mayor a las fuerzas débiles de los seres que imploraban por comida y un buen cuidado.
Liyue sufrió varios daños, sin contar las innumerables pérdidas que con ellas se llevaron la existencia de las aves Garuda.
Hasta el día de hoy, es muy extraño encontrarse una de estas aves merodeando por ahí. Hasta los expertos dicen que su extinción cambió drásticamente las tierras de Liyue.
Se creían que estos sirvientes se encontraban extintos, hasta el día de hoy.
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