—¿Saben por qué Scaramouche no viene desde varios días? —pregunta Aether, haciéndose cualquier idea en la cabeza y pensando en la posibilidad de que su amigo esté en problemas.
—Creo que está enfermo —responde Bennett.
—Sí, está enfermo —afirma Ayato.
—¿Ninguno sabe dónde es su casa? —vuelve a insistir el rubio.
Sus amigos se miraron entre ellos y después negaron. Aether se gira a su computador y vuelve a lo suyo, mordiendo su labio con ansiedad y preocupación. No sabe si está bien o si le pasó algo grave, tampoco sabe si tiene familiares que puedan cuidar bien de él.
Aether siempre fue alguien que se preocupa mucho por sus amigos y no puede evitar que su paranoia le juegue en su contra. Trató de convencerse que estaría bien y que mañana estaría ahí como todos los días trabajando en sus investigaciones y compartiendo sus curiosas teorías con él.
Aether ve a Eula sentada al lado suyo, bastante concentrada en algo. El chico decide deslizar su silla de ruedas a ella y acercarse lo suficiente para que sus amigos detrás de ellos trabajando no alcancen a escuchar.
—¿Qué pasó al final con el proyecto Naga? —mencionó en un tono tenue, casi susurrado.
La chica voltea a mirarlo.
—Lo único que se sabe es que son criaturas míticas mitad serpiente que pueden tomar la forma de un humano, y que la última vez que se vieron fue en la última guerra que destrozó Liyue —explica ella—. Además de eso, no tengo mucha información.
—¿Y qué te dijo el jefe?
—Dijo que enviaría a algunas personas a investigar en el bosque.
Aether traga grueso.
¿El bosque? ¿Y si en lugar de atrapar a esas criaturas, se terminan encontrando con Xiao? Aether muerde ansiosamente su labio y sin hacer más preguntas, vuelve su silla a donde antes.
Sus manos tiemblan y no puede evitar sentir ese dolor angustioso en su pecho. No sabe qué hacer para que no lo encuentren.
Aether reacciona y sacude su cabeza a los dos lados. ¿Por qué mierda tendría que importarle lo que le pase a ese chico? Él no se preocupó en cómo podría afectarle su huida así que Aether no se preocuparía en si lo atrapan o no.
Frunce el ceño molesto al volver a pensar en él y vuelve a su trabajo.
Tal vez después le envíe un mensaje a Scaramouche.
—No responde —dice para sí mismo viendo los ocho mensajes acumulados que le envió al azabache.
Ni siquiera le llegaban, y eso lo preocupó más. Presionó esta vez el botón de llamar y se escuchó un pitido, dos pitidos, tres... hasta que está claro que tampoco puede recibir llamadas.