XVII

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Qué extraño resultaba, lo nerviosa que su esposa lograba ponerla, pese a su muy vasta experiencia, se apresuraba en tomar su baño, ya que no quería hacer esperar a Enid y mas importante que se pudiera convertir en algo más, debido a que no se pueda controlar estúpidamente.

Una vez que se halló limpia, salió de aquella bañera, prefería mantener un olor agradable, pensando siempre en su sentido del olfato, no entendía esa moda ridícula sobre no bañarse que se esparcía año con año, entre los nobles adinerados que usaban perfumes y fragancias fuertes y corrientes. De meretrices. Impulsada sin duda alguna de la creencia, de ser susceptibles a enfermedades. 

Enfermedad, peste, podredumbre. Pensó, recordando para sí.

Pronto entró su ayuda de cámara para ayudarle a vestirse, normalmente ella tomaba un baño por la mañana y de ser necesario hasta tres, con distintos cambios de ropa, para cada momento del día. Entonces cayó en cuenta de su aspecto, debido a que las vestiduras eran negras, mas, con decorados rojos, que no le causaron su típica alergia. 

Se presentó nuevamente frente a su esposa, sintiendo como el nerviosismo retornaba, haciéndola sentir el pálpito en su pecho, lo cual solo hacía enfurecerla, ya que insistentemente trataba de convencerse, sobre que tan ridicula se portaba.

Al mismo tiempo, Enid, quien esperó, pacientemente a la morena, compartía el sentimiento de vergüenza, pero realmente aquí había una respuesta para todo esto. Seguían siendo unas completas extrañas... que claro, habian compartido una noche, pero que habian sido obligadas a ello; con las justas sabían sus nombres, pero de ahí en más, nada.

Y aunque Merlina disfrutó de la compañia de bastantes amantes, en un corto periodo, jamás tuvo, ni quiso volver a ver a ninguna. Por lo cual no tuvo la necesidad de hacerse íntima de nadie.

Es por eso que ninguna de las cónyuges, sabía que decir, o, cómo actuar en presencia de la otra.

Fue que entonces la rubia, notó la combinación de sus ropas, ella presumía un exquisito vestido de color rojo, pero que se encontraba decorado con detalles negros, asimismo, su esposa contrastaba con ella, ya que, los matices, se invertían. Convirtiéndose en, un poema, que hablaba sobre, la protección de una casa, de cómo se complementaban y además de la sutil alegoría de pertenencia mutua. De esa forma sin pensarlo inició una conversación.

-Que diferente te ves, vestida- Soltó sin analizar. -¿Como?- una escandalizada Merlina se, avergonzó, pero rápidamente la ojiazul compuso - Es decir, a diferencia de la armadura- 

-Entiendo- respondió la morena- Pero no pude evitar, notar, lo bien planeados de nuestras vestimentas- resaltó Enid.

-Sin duda alguna, obra de mi madre- contestó la princesa, mientras suspiraba con fastidio, -Deberíamos ir, no quisiera hacerte esperar más- Ofreciendo su mano para ayudarle, la cual fue aceptada. Así que, finalmente se levantó y partieron de esa carpa para ir al gran banquete.

Una vez más, se encontraba embelesada con el aspecto de su esposa, quien se sentía bastante incómoda por la insistente mirada de la rubia, aunque no lo reflejara, ya que su semblante se notaba inexpresivo, pero que no se atrevía a mirarle a los ojos, sino que, le evadía. De nuevo esa acción que detestaba la ojiazul.

Sin tanto, llegaron al lugar donde se llevaría el banquete de ese día, donde se celebraba al campeón del torneo y a salud del recién formado matrimonio, no era otro sitio que, el patio principal del palacio. Decorado de forma muy bonita, de manera que fuera cómoda y con poco sol. 

Entonces la pareja, que aun se encontraba tomada del brazo, fue aplaudida por los presentes, quienes ya habian sido advertidos de su presencia, siguieron su recorrido hasta la mesa principal, donde el rey Homero esperaba, junto con Morticia, quien reposaba a su derecha. 

Frente a ellos, no hubo de otra, más que reverenciarles, para la gran molestia de Merlina, continuaron ambas para situarse en su lugar, donde la morena personalmente se encargó de acercarle la silla a Enid, para después tomar asiento. La rubia alegremente disfruto de la comida y del entretenimiento, pero, ni así, evitó mirar una que otra vez a su esposa, que al sentir su vista sobre ella le regresaba el gesto.

Aun conservaban las distancias, pero al ver las leves risas que le provocaban, los acróbatas, o los juglares, el semblante de Merlina se ablandaba, que, si bien no se expresaba en una sonrisa, se encontraba más relajada. Por tanto se hizo amena la comida, pese a que ella siempre comía muy poco y mal, entonces, accidentalmente cuando trató de recargar su mano en la mesa para descansarla, tocó la de Enid, para quien no pasó desapercibida aquella tímida caricia.

El semblante y toda su tranquilidad se disiparon, desesperada la morena se levantó huyendo; la rubia intentó detenerla en vano, ya que salió del lugar perdiéndose en la puerta.

-Debería dejar de escapar, de su esposa- Aquella molesta voz le habló -La gente empieza hablar- terminó.

-¿Que no creen que estamos felizmente casadas?- pregunto sarcástica, mientras lentamente caminaba para su habitación.

-Si, pero nubla mas el hecho de sus numerosas amantes- respondió tajantemente, -Es una princesa, por lo cual no se merece su desprecio, a decir verdad ninguna mujer amerita tal deshonra- continuo.

Y estaba en lo cierto, pero no se podía dejar en evidencia ella misma.

-¿Porque le interesan, tanto los temas de alcoba, míos y de mi esposa?- volvió a cuestionar, - Debería dejar de inmiscuirse en mi vida matrimonial y buscarse una propia, Sir Ajax- completo marchándose lentamente de ahí, disfrutando la mudez que dejó en el caballero.

Pero eso le era imposible, puesto que, como guardia juramentado había renunciado a todo aquello, títulos, tierras y un matrimonio. Si tuviese alguna de esas cosas, quebrantaría su mas firme juramento, así que no pudo evitar apretar su espada con rabia.


No quería admitir que se encontraba furiosa, por la osadía de ese imbécil, que se hacía llamar Sir. Se dirigía a la paz de sus habitaciones  pero sintiéndose abrumada, el aire se tornó caliente, con rabia e intentando calmarse se retiró el jubón de terciopelo que vestía, así que tomo una de las jarras de vino, vertió en una copa, dando un gran trago, siguiendo ese esquema vació el recipiente, pero sintiendo que no era suficiente, llamó a un sirviente exigiendo, que llevaran más a su recamara.

Ocho litros después, se terminó por desmayar en su cama y con la visión nublada, escuchando el chirrido de la puerta siendo abierta.


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Sin comentarios, solo sinceras disculpas.

o(* ̄︶ ̄*)o

Stammi Vicino (Wenclair)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora