Capítulo VII.

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Azula, Katara y Sokka eran ciertamente un trío imparable. Solo que la percepción aguda de Katara le indicaba que pese al tono demandante del príncipe Zuko, existía un anhelo nebuloso.

La niña venía con una imagen clara, un prejuicio inerte en su mente que estaba ligado al mal trato hacía su primo. Al tener esa señal de alerta, debía también vigilar. Observando fue que  se dió cuenta de ese anhelo. Y quizá la rabia de saber que pese a todas las grandezas que poseía la reina Ursa, y serían también heredadas a su hijo, este deseaba en lo profundo de su corazón la grandeza de un logro personal.
Según lo que escuchó, Azula llevaba ocho victorias versus tres victorias a medias de Zuko. Un número que en el mejor de los casos podía remontarse. Pero como se viera, en la vida nadie entrena a nadie para perder.

—Creo que Zuko quiere jugar con nosotros. —dijo Katara, observando el camino que el príncipe había seguido 10 minutos atrás.

Sokka y Azula dejaron de reírse.

—¿Qué?

La voz de Azula sonó más alto de lo que ella misma pensó en sonar. Los primos se voltearon para mirarla, luego Sokka observó a Katara.

—Solo esta enojado porque le dije que en este sitio no se permitían <<Zuko>>. Le dará igual, Katara.

No le dió igual. Zuko estaba dando grandes zancadas mientras la gente en el pueblo observaba con curiosidad al príncipe. Verlo cruzar la ciudad de la nobleza, hacia las laderas donde el comercio y los cardabales de baile —de viajeros cirquenses que estaban de paso— se juntaban, podía ser una novedad visual. El muchachito tan bien peinado, con un ropaje principesco muy propio de la realeza y su guardia, se veía casi apartado del resto de colores chirriantes, verdosos, morados, rosados,  esmeraldas. Aún así, en el momento pertinente hicieron un saludo cortes y avanzaron entre el resto de personas. Zuko, por supuesto devolvió en saludo. Ayudó en el camino a un señor y sus coles y, de pronto ya estaba menos molesto.
Llegó hasta la última hilera de casitas que quedaban casi al final de la ciudad de la reina, donde una casa alejada de la bulla de ciudad se debaja ver, de la chimenea salía humo.

Allí en medio de esa soledad no tan solitaria vivía Aang y su abuelo. Aang era un niño un año menor que Zuko, ambos se conocían hace medio año y llevaban una amistad para muchos soprendente. Dió dos toques en la puerta, iba a dar un tercero cuando Aang abrió la puerta, Zuko se tambaleo hacia adelante y luego atrás. Aang soltó una risa, para después sonreír mostrando los dientes.

Era un bromista de primera. Zuko pensaba que él y Sokka podrían llevarse muy bien. Su prometido y su mejor amigo.

—¿Están preparando pan?

—¡Y pasteles de plátano! Muchos dulces, un poco de queque, pie de manzana, colitas de sol, de todo. Ven a ayudarnos. —insistió el niño.

Zuko aceptó. Se quitó parte de la primera capa de su túnica y se puso en su lugar un delantal con los dibujos de un patotortuga.  En la calidez de aquel hogar ante la mirada tranquilizadora y bondadosa del abuelo de Aang, Zuko contó su problema. La llegada del príncipe Sokka como cada verano.

El anciano soltó una risa, Zuko lo miró notando que se reía de él pero no burlandose, sino al contrario.

—Para odiarlo lo piensas mucho, ¿no muchacho?

—Bueno, es que si no lo odiará también lo pensaría.—respondió. Si por motivos mayores estuviera "enamorado", pensaría aún más en él. Se quitó esa idea de la mente.— Es confuso, señor. Sabe que ahora son tres contra mí en el palacio. A menos que...Aang.  Puedes venir conmigo al palacio, por algunos ratos.

Zuko esperó con ansias, su amigo agrando los ojos y dejó de moldear la masa para darle un gesto que se sentía como si Zuko hablará locuras. Puede que sus intenciones no sean tan amistosas, antes Aang si había ido a su hogar pero ahora la petición era también para que le ayudará a convivir con el "producto" de todas sus quejas. El renombrado príncipe baboso.
Aunque ambos niños nunca podrían diferenciar lo que era un romance de un simple momento normal.

𝐃 𝐄 𝐒 𝐓 𝐈 𝐍 𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora