Capítulo VI. Pre-adolescencia

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Existen circustancias en las que a veces las palabras se combinan con las acciones entre otras cosas. Esta era una de esas ocasiones especiales, en las que ese comienzo de verano iniciaba peor que el anterior porque cada verano significaba que el pequeño Sokka estaba creciendo.
También que su deseo de posponer su cercanía con Zuko se mezclaba. Estaba en esa etapa en la que sentía que algunos alfas eran unos tontos, de esos que atribuían a mal un comportamiento más hiperactivo en un omega.

Sokka quería vivir aventuras y ciertamente el aburrido de Zuko seguro solo quería quedarse en su tonto palacio con sus tontas reglas.

—No iré. Al menos no solo. —explicó de buena manera Sokka, levantando un poco el mentón.

Las clases y lecciones del príncipe eran tanto de diplomacia como de guerra, sorpresivamente había demostrado una mente brillante para la estrategia pero le faltaba convicción. Crecer.
El rey alzó una ceja, curioso ante la repentina solicitud de su hijo ante solo unas horas para embarcarse.

—¿Y con quién irás si puedo saberlo?

Sokka sonrió, satisfecho.

—Con Katara. Junto a ella el palacio no será tan extraño para mi y así puedo presentarla a mis amigos.

El rey no pudo negarle a su hijo una tan buena idea, además que era su único hijo, existía un cariño inmenso por que él fuera feliz en lo mejor que se pudiera dentro de tan descabellado plan.

Katara nunca había dejado el Reino Agua. Le gustaba la frialdad del clima, su nieve, su azul brillante y la calidez de un buen té humeante pero también comprendía la importancia de otras tierras, de aquellas que se encontraban navegando hacia el Norte. Pese a ese sentido del deber que tenía como futura maestra de sanación, tenía en su interior la curiosidad propia de la juventud. Aquella que se mezclaba con una valentía extraña ante lo desconocido, quizá por esas razones era una aliada imprescindible para su primo y amigo. Ellos querían conocer el mundo y que el mundo les conociera.

Cuando el príncipe llegó hasta su hogar, su sonrisa traviesa fue el primer indicio de que alguna cosa sorprendente iba a ocurrir.

—¡Eres mi acompañante extra, extra oficial súper extraordinario! —chilló Sokka, sosteniendo ambas manos de Katara y empujandola en una danza de circulos, donde solo él movía los pies, y Katara aún muy asombrada corria de prisa a su lado en circulo para no caer.

Katara, se quedó quieta causando un choque pequeño en el costado de Sokka. Ahora el bajito Sokka estaba siendo más alto que ella, al parecer el mito de que los menores siempre sobrepasaban a los mayores era cien por ciento real.

—¿Al palacio real del Reino Fuego?

Claro que la niña necesitaba una reafirmación de los hechos. ¿Qué tal y solo estaba soñando?

—Claro, allí mismo. Pasaremos vacaciones juntos, en tierras lejanas e inexploradas, conociendo cosas nuevas y jugando...A menos que Zuko este lejos. Él es como lo único molesto allí.

Katara asintió. Incontables horas se habían quedado despierto, durante la noche en que Sokka volvía a casa. En esas noches él le contaba con detalle lo que había vivido lejos o lo que él creía que debía ser dicho de todas formas. Zuko fue el primer nombrado, porque Zuko era el protagonista de la aventura. Y por eso mismo, descubrir que en realidad no tenía las acciones de un príncipe tan genial como Sokka, solo hacía que Katara también lo detestara un poco (dependiendo, lo hacía demasiado) a la distancia. Porque si Zuko era un pesado con Sokka, entonces Katara sería una pesada con Zuko.
Conocía por igual a Azula. Una vez le dijo a su primo: —¿Es ella como mi versión del Reino Fuego? Porque aparentemente, Sokka hablaba de ella como una amiga de la familia...Una prima o una hermana.

Luego de que todo estuviera dicho, Katara arregló entusiasmada toda su ropa. Telas que su primo dijo debían ser menos abrigadas, un poco de todo si quería. Tanta diversidad de cosas que guardo, lápices, papel, su collar de la suerte hecho por su madre, guantes y demás cosas que sencillamente solo una mente que viaja a una excursión creería necesarias. Al despedirse de sus amigas en el reino, se encamino de la mano de su primo.

        Sokka estaba emocionado. Al menos había un punto a su favor, una aliada en su desdicha. Durante ese año se pasó grandes períodos de sus horas de estudio escribiendo "zuko apesta" con una letra muy bonita acompañada de dibujos esqueleticos, medio chuecos y desproporcionados. Su padre vió un par, sentandolo para tener con una charla sobre cuidado, respeto mutuo y propio y el gran poder de no quedarse callado. Sokka fue honesto aquella vez, Zuko no se veía como un niño que él pudiera llamar su novio. Y a Sokka ya había empezado a crecerle un cosquilleo cuando estaba cerca de la alfa Rayla, ella era parte del escuadrón de  guerreras que entrenaban para salvaguardar el reino. Ella se veía increíble sosteniendo un arco y lanzando flechas.
Zuko solo se veía como un debilucho al frente de ella.
Así paso las tres noches del viaje, pensando en Rayla y comparandola con Zuko.

Al llegar al puerto del Reino Fuego, Sokka observó a la reina siempre elegante, brillante y recta en su postura alzando una de sus manos y saludando con cortesía a sus invitados. A su lado, un muchachito escualido de aspecto desbarjado, sostenia sus dos manos detrás de su espalda. Sus ojos nunca miraron hacia la gran embarcanción.
Los reyes se saludaron en admiración mutua dando una reverencia hacia el otro. Y como la costumbre, se tornó una rutina bochornosa, Zuko tuvo que ignorar el color rojo de la punta de sus orejas y tragarse la vergüenza mientras besaba los nudillos de una de las manos de Sokka.
El toque de los labios agrietados quedó como un recuerdo fantasma que Sokka sintió durante toda la tarde.






El príncipe Zuko estaba en la edad en la que sentía que todo lo cursi era tonto, que todo lo brillante era innecesario y que todo lo relacionado a los omegas podía alejarse de él lo máximo posible. O bueno, en realidad no pensaba así. A él le caían muy bien los omegas, los betas y los alfas su complicado sentido de expresarse provenía siempre de Sokka. Sokka lo era todo. A veces cuando Sokka no estaba y ya había vuelto a su hogar, los sirvientes solían recordarlo con ternura en sus charlas casuales. Su madre hablaba de él con una simpatía extresante y desde que sus clases de espada con la Comandante Mai habían iniciado, Azula siempre le preguntaba si la reina había recibido noticias del sur. Como si Sokka fuera sencillamente el Sol para todos. Todos menos él.

Podrían llamarle inmaduro, que todavía pensaba como un niño de ocho años, pero es que nadie veía las cosas claras. Besando con disguto los nudillos de Sokka, el bobo, Zuko sintió que su corazón se aceleraba. Ya estaba, le iba a dar un infarto por la vergüenza y el desagrado. La mano del omega era suave, pero la punta de sus dedos tenía cierta dureza como si estuviera acostumbrado al agarre de alguna herramienta o arma. También su mano olía a moras, probablemente parte de su postre. Zuko se levantó con calma, alejando sus labios de esa sensación extraña y observó por un segundo los ojos azules de Sokka.
Sokka se veía diferente, un poquito. Quizá menos enano que la última vez y que tenía dos granitos en la punta de una ceja, justo donde termina.

—Es siempre un placer verte, príncipe Sokka. —dijo. Mintió.

Sokka sonrió.

—El placer de verte príncipe Zuko es mío. —seguramente mintió también.

La reina Ursa sonrió con maravilla.

Katara se presentó con protocolo ante las majestades, Zuko solo pensó que en poco tiempo toda la familia de Sokka se apropiaría de su casa. Que horror.

𝐃 𝐄 𝐒 𝐓 𝐈 𝐍 𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora