Capítulo 8: (Carper) Peor que la prisión

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Tuve muchas pesadillas a lo largo de la vida, algunas peores que otras, pero ninguna como estar encadenado a una castaña que no deja de soltar maldiciones mientras me arrastra por toda la playa como llevada por el demonio.

—Esto no es justo. Estas no eran las reglas del juego —masculla.

—Pues lo son ahora...

—¡Qué injusto! ¿Desde cuándo estar pegada a un inútil cuenta como un juego? ¡Se supone que un juego es algo divertido!

—Gabriella, ¿podrías dejar de quejarte? Ya me duele la cabez... ¡auch!

Se sienta en el borde del muelle hecha una furia, como si yo tuviera la culpa. Tomo asiento a su lado, todavía con la muñeca latiendo por el tirón que me acaba de dar.

—Esto tiene que ser culpa tuya. No sé cómo, pero tú tuviste algo que ver —asegura, dirigiéndome una mirada furibunda.

—Claro, porque para mí es súper divertido estar pegada a la hermanita de mi amigo. Es más: ¿quién dice que no pagaste para que nos pusieran juntos...? ¡Auch! ¡Deja de hacer eso!

—¡Deja de decir idioteces!

Esto va a ser más complicado de lo que pensé.

En el horizonte, los rayos del sol comienzan a volverse débiles y las primeras estrellas se asoman.

Gaby parece calmarse por un momento. Sus ojos color café admiran el panorama como si no hubiera algo más bello en todo el universo y yo no puedo evitar fijarme en ella con más detalle. Lleva un broche de flor que semi-ata su cabello marrón, que cae en cascada por sus hombros cubiertos. Tiene un lunar en su mejilla izquierda y otro justo en la clavícula, aunque eso ya lo sabía.

—Creo que ya sé cómo hacer que esto sea más llevadero —dice entonces, y me obligo a mirar hacia el frente.

—¿Cómo?

—Ambos queremos ganar, ¿verdad? Pues no nos hablemos.

—Por favor, panda, eso es casi imposible.

—Lo estuvimos haciendo toda la semana, ¿no?

—Es diferente. Estaremos atados hasta quién sabe cuándo.

—Lamentablemente.

—Sí. Pero la cuestión es que tenemos que comunicarnos para que esto sea más... ameno.

—Wow, es la primera vez que te escucho decir algo coherente.

—¿Por qué tan a la defensiva? No te he hecho nada.

—¿No me has hecho nada? —se gira y entrecierra los ojos. —¿Y lo que dijiste en el fogón?

—Fue una broma.

—Pues no le veo la gracia.

—¿Porque es verdad?

—Ugh, claro que no. Ya te lo dije: preferiría besar a un sapo antes que a ti.

—¿Ah, sí?

Ni siquiera yo sé por qué, pero mis dedos viajan a su clavícula para apartar un mechón de cabello y trazan un patrón de caricias sobre su piel.

El efecto es inmediato. Se tensa y trata de evadir mi mirada. Noto el movimiento de su garganta cuando traga saliva con fuerza, pero no se mueve. Hasta que por fin se atreve a enfrentar mis ojos y ver tantas cosas en ellos de pronto me abruma.

Aparto la mano con rapidez y observo el mar debajo de nuestros pies.

Una voz dentro de mí me grita que soy un cobarde, pero la otra, que estoy haciendo lo correcto. Y como soy demasiado orgulloso, decido escuchar a la segunda.

De las cosas que nunca pudimos decirnos (‹‹Serie ADV 1››) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora