Capítulo 3: (GABY) Regar flores muertas

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El dolor de cabeza que me ataca apenas abro los ojos es inhumano. Pero peor es el mini infarto que me da cuando descubro que, a un costado de mi cama, se encuentra Carper dormido.

Está en una posición muy incómoda y estoy segura de que, cuando despierte, su espalda va a estar de todo menos agradecida. Ni siquiera tiene una manta para cubrirse.

¿Por qué está aquí? ¿Qué ha sucedido?

Los recuerdos de anoche son sólo piezas de un rompecabezas que, hasta no tomarme una aspirina y comer algo, no voy a tratar de resolver.

Arruga el entrecejo entre sueños. El sol que se cuela por la ventana le ilumina el rostro. Me permite tener una mejor vista de las escasas pecas y lunares esparcidos por su piel, de sus pestañas espesas, de sus labios…

—¿Vas a mirarme por mucho más tiempo? 

Su voz ronca me hace dar un sobresalto y el corazón se me detiene por un momento. Le pongo mala cara cuando se digna a abrir los ojos y me aferro a la sábana como si fuera un escudo contra las emociones.

—Me había olvidado lo odioso que eres.

—Anoche no decías lo mismo…

Lo miro fijo. Muy fijo. Tanto, que pronto se remite.

—Nada pasó anoche entre nosotros, tranquila. Ya puedes volver a respirar, mierda, que hasta te estabas poniendo morada…

Más que morada, puedo sentir el calor trepando hasta las mejillas. La idea de que algo suceda entre nosotros es imposible, porque no podemos soportarnos, pero mi yo de hace unos años lo hubiera deseado más que cualquier cosa.

—Por supuesto que nada pasó entre nosotros. Te odio.

—Di lo que quieras. Ambos sabemos que es mentira.

Se pone de pie y emite un quejido al estirar los brazos hacia atrás, pues su espalda produce un sonido doloroso.

Pronto, su atención se dirige a un punto específico de la habitación.

—No sabía que aún te gustaran las figuritas de lego —comenta.

Así es. Tengo una estantería llena de figuras hechas de legos. La más reciente es una pequeña Kitty.

—Son adorables. Claro que me siguen gustando.

—Son infantiles. No les veo sentido.

—No recuerdo haber pedido tu opinión... —mascullo. —¿Podrías salir de mi cuarto? Me gustaría darme una ducha. Además, ya comienza a apestar a tu perfume.

—Qué privilegio. No muchas mujeres pueden decir que su habitación huele a mí.

Diosito, ilumínalo o elimínalo, porque estoy a nada de cometer homicidio.

—¡Vete! 

Lo empujo hacia afuera a costa de sus risas y le cierro la puerta en la cara. 

En la ducha, algunos manchones borrosos de anoche comienzan a aparecer.

Recuerdo estar coqueteando con un rubio. Recuerdo a Carper apareciendo detrás mío como si fuera un puto guardaespaldas. También recuerdo que, tras preguntarme si era mi novio, el rubio me pidió mi número.  

Después del baño, me siento mucho más liviana. Mi aspecto en el espejo no deja de ser terrorífico, pero al menos estoy más fresca. Me aplico una crema hidratante y bálsamo labial y decido trenzarse el cabello aún húmedo. 

En mi mesita de luz, encuentro una aspirina y un vaso de agua. 

“No pienses que voy a agradecerte”, pienso mientras lo bebo. 

De las cosas que nunca pudimos decirnos (‹‹Serie ADV 1››) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora