Capitulo II

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El tiempo y el espacio se manejaban de manera distinta al otro lado del velo, transitar por él se sentía como caminar por el mismo pasillo y olvidar al momento si pasaste por allí; era extraño, distorsionado, pero, sobre todo: aterrador

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El tiempo y el espacio se manejaban de manera distinta al otro lado del velo, transitar por él se sentía como caminar por el mismo pasillo y olvidar al momento si pasaste por allí; era extraño, distorsionado, pero, sobre todo: aterrador.

San estaba seguro que aún si lo hiciera mil veces, jamás se acostumbraría a la sensación, al aturdimiento, al frío.

Ese frío mortal que le helaba la sangre, que le entumecía los sentidos, que lo invitaba a quedarse ahí para siempre.

Pero...

Pero en esta ocasión hubo algo distinto, un consuelo para su piel de gallina; lo sintió después de seguir la sombra de la mujer hasta el final del pasillo, después de ver un reflejo biselado de un collar y lograr una especie de entendimiento con el fantasma, consiguiendo que les permitiera el paso.

En ese momento, lo único que quedaba era salir, pero con la sensación del frío quemante, era muy difícil recordar cómo... y en ese soplo de tiempo, que bien pudo ser un segundo o una eternidad, lo sintió.

Era como una brisa cálida, con un leve aroma a miel, una ventisca suave, que le removía el cabello, haciéndo retroceder el frío, invitándolo a despertar.

Tardó un poco en decidirse a seguir la brisa, desconfiando de su procedencia, aún con el miedo a flor de piel, pero eventualmente, casi con arrobo, decidió seguir el dulce aroma, encontrándo así... la salida.

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Samuel estaba desorientado, al parecer se había medio desmayado y el pobre tío había tenido que auxiliarlo, lo primero que había visto al recuperar el control de su cuerpo, fueron esos ojos ambarinos, y ese cabello amielado, rodeado por estrellas; su corazón saltó imprudente por esa vista.

Samuel rogaba no haber dicho nada extraño mientras estaba aturdido, y se dedicó a tratar de calmar su corazón, sentado en las escaleras de entrada de la casa, mientras esperaba que el castaño saliera de recuperar sus cosas.

No supo por qué lo esperó, no supo por qué aceptó esa invitación a comer después de su desafortunada aventura, no supo cómo terminó en una pequeña cafetería, sentado frente a un extraño, removiendo la crema batida del pay de limón que pidió, luchando contra sus pensamientos desviados precisamente sobre el extraño.

—Ni siquiera nos hemos presentado —Sam interrumpió el silencio, inquieto de todas las cosas que había aceptado en las últimas dos horas, por este hombre.

—¡Es cierto! —El castaño no parecía alterado en lo más mínimo, comiendo su comida alegremente—. Me dicen Fargan, aunque tú puedes llamarme: "el hombre de tus sueños" —su risa resonó en el local, y aunque Samuel rodó los ojos, no pudo evitar sonrojarse un poco.

Camina conmigo en el velo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora