Capitulo III

8 1 0
                                    

Unos días después, Fargan se encontraba lavando los platos del restaurante al que había llevado a Vegetta; ocupado como estaba, pensaba en todo lo que el nervioso arquitecto le contó y cómo evadió la última pregunta, haciéndole sentir tan incómodo...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Unos días después, Fargan se encontraba lavando los platos del restaurante al que había llevado a Vegetta; ocupado como estaba, pensaba en todo lo que el nervioso arquitecto le contó y cómo evadió la última pregunta, haciéndole sentir tan incómodo, que se fue.

Solo suspiraba cada tanto, recordando a aquel chico de ojos amatistas que capturó su atención.

Tantos pensamientos, dando vueltas en su cabeza, no lo estaban llevando a ninguna parte, por lo que cuando llegó su descanso, se armó de valor y fue a la cabina de teléfono más cercana, para marcar a el número anotado en aquella servilleta, esperando de corazón, que respondiera.

Samuel por su parte estaba a tope de trabajo, había estado muy distraído en la oficina así que al final se llevó trabajo a casa, lo cuál no era habitual, por lo que ahora estaba en su mesa de dibujo, en dónde se suponía que debía terminar de delinear un plano, pero seguía disperso.

De vez en cuando le echaba vistazos al teléfono en el escritorio, pensando en todo y nada, y en cuanto se daba cuenta de que estaba fantaseando con un cabello castaño y una sonrisa encantadora, se regañaba a sí mismo para volver al trabajo.

Su parte más pesimista estaba segura de que no volvería a saber del loco guapo, pues no supo nada de él por días, pero aun así había otra parte de él, que de vez en cuando, recordaba que le había dado su número.

Así hasta que su gata le pidió atención, lo que lo obligó a levantarse para darle de comer, estaba regresando perezosamente de vuelta a su interminable plano, cuando el teléfono sonó.

Se esforzó en no emocionarse, pues lo más probable es que fuera de la oficina, pero aun así se acercó a responder, con más prisa de la que jamás admitiría.

—¿Hola?

—¿Usted es el hermoso señor ojos? —Fargan se empezó a reír a carcajadas en cuanto hablo, tratando de evitarlo, pero no podía, no se estaba creyendo lo mal que le había salido el piropo que había preparado.

Sam tuvo que tomar asiento en cuanto reconoció la voz, riéndose a su vez, en parte por la tontería que dijo, en parte de sorpresa al entender que si lo había llamado. —Eh... Lo siento, número equivocado jajaja, aquí no vive un señor mirón.

Far suspiró más relajado, recargándose un poco en las paredes de aquella fría cabina. —Oh... ¿Enserio me habré equivocado de número?, ¿O acaso será que el señor Vegetta no quiere hablar conmigo?

—Ohhh, ¡Busca al señor Vegetta! Es que me pregunta por unos ojos jajajaja, bueno, el señor puede regalarle un poco de su tiempo. —Sam jugaba con el cable del teléfono, enredándolo distraídamente.

—Jeje vale, muchas gracias señor... Yo... Te llamaba porque quería preguntarte, eh... ¿Cómo te sientes? Creo que en esa cita pregunté de más.

Sam suspiró suavemente, un tanto conmovido por la preocupación ajena y algo nervioso de la definición de "cita" que prefirió obviar—. Está bien, me fui porque era tarde y... En realidad estoy bien, no he pensado mucho en lo que pasó en esa casa —mintió deliberadamente, a pesar de que confiaba un poco en el contrario, tampoco podía hablar sin más de las cosas raras que vivía.

Camina conmigo en el velo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora