Capítulo XXXII

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Una sensación extraña recorría todo mi cuerpo, me sentía mareado y con ganas de vomitar.  Su mente era un completo caos en estos momentos.  Trate de incorporarme, notando la luz que iluminaba todo a mi alrededor.

Enfoque la vista luego de acostumbrarme a la claridad.  Estaba confundido sin saber ¿dónde estaba?.  ¿Qué había sucedido?. Y alarmado me senté sobre la cama alzándome la camisa para acariciar mi vientre, soltando un suspiro de alivio al saber que seguía embarazado. 

Poco a poco fui recordando lo que había sucedido.  Estaba con Fernanda camino a casa, cuando en la entrada de esta unas camionetas negras blindadas habían entrado al garaje rodeándole.  Varios sujetos vestidos de negro con pasamontañas le habían apuntado con escopetas, ordenándole para que se bajara del vehículo.  Por un momento pensó en buscar el arma en el compartimento delantero, pero no podía poner en riesgo a su hija y al bebé en su vientre.

Aquellos hombres de pronto le hablaron en un italiano fluido y perfecto, entonces lo entendió debían trabajar para su padre.  Y sin más remedio salió del vehículo con las manos levantadas. 

Le habían indicado subirse a uno de sus vehículos, pero se había negado.  Sin embargo, recordó la angustia que sintió cuando la punta de la escopeta presionó contra su vientre.  De manera inevitable su aroma lleno de desesperación y miedo se disparó.  Su omega chilló llamando a su alfa a través del lazo.

Uno de ellos le pidió que se tranquilizara, pero quien en su sano juicio lo haría, mientras le presionan el vientre con un arma. 

Después todo sucedió demasiado rápido para su gusto.  Cubrieron su nariz con un trapo, el olor dulce le invadía sus sentidos, intenté zafarme usando toda mi fuerza, pero era inútil. Eso era lo último que podía recordar antes de perder el conocimiento.

¿Qué había sucedido con Fernanda?.  ¿Dónde estaba su hija?.  ¿Qué había hecho su padre con ella?.   No se la habrá dado a Rafaello ¿verdad?.  Eso me llenaba de mucha angustia.  Y si era el caso, tenía que salir de ahí cuanto antes.

Era consciente que nada bueno le esperaba, si la orden de su secuestro venía de parte de él.

La marca en su cuello punzaba, podía sentir la furia de su alfa recorrerle.  Acaricié mi vientre al sentir a mi bebé moverse intranquilo. Debía relajarse y tranquilizarse para que Horacio al menos supiera que ambos estaban bien.

Lo importante era que necesitaba salir de ahí. 

Me sentía tan vulnerable, mi movilidad era nula en estos momentos.  Podía disparar un arma, pero no tenía la rapidez para cubrirse, ni para hacerlo en posiciones complicadas. 

Por lo pronto, inspeccione la habitación, notando que tenía baño propio y solo una mesa de noche junto a la cama.  Rebusco en los cajones, pero solo había una biblia y un rosario.  Me dirigí al baño buscando algo que pudiera usar como arma, pero solo habían toallas, ropa interior, pijamas y artículos de aseo personal.  Corrió la cortina de la ducha y ahí si había una ventana, pero tenía verjas.  Además de estar demasiado alta para las condiciones que se encontraba.  Dentro de la habitación tampoco existía una sola ventana, pues no eran necesarias.  El cuarto se mantenía frío debido al aire acondicionado de este.

Sabía que era inútil, trato de girar el pomo de la puerta, hacer fuerza para tratar de romperlo.  Se sorprendió que este cedió, pero sus esperanzas desaparecieron al ver una puerta de hierro con cerradura.

Estaba en una prisión, era de esperarse.  No se podía pedir menos de Don Dante Gambino.

El sonido de la llave abriendo la puerta, le puso en alerta. Decidí sentarme en la cama, en dirección a la misma, notando cómo está se abrió.  Preste atención que alguien del otro lado cerraban con llave y se quedaba vigilando con una escopeta en sus manos.  No pude evitar fruncir el ceño. Fue entonces cuando reparé en el hombre frente a mi.

Olvidando el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora