Capítulo 3: Instantes Reveladores

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Los Bosques de Palermo se desplegaban ante nosotros, un oasis de calma en el corazón de la bulliciosa ciudad. La luz dorada de la tarde se filtraba entre las copas de los árboles, creando un juego de sombras y destellos que pintaban el paisaje con una serenidad encantadora. Mia y yo nos adentrábamos en el parque, sumergiéndonos en el silencio solo interrumpido por el susurro de la naturaleza que nos rodeaba.

A lo lejos, avistamos a un hombre mayor con una cámara colgada al cuello, absorto en su pasión por la fotografía. Mia y yo nos acercamos con curiosidad, fascinados por el arte que estaba creando frente a nosotros.

— ¡Vaya, mira eso! —susurró Mia, señalando las imágenes capturadas por el hombre.

Asentí con una sonrisa, observando las fotografías con ella. Cada imagen era un destello de la vida cotidiana, un momento efímero congelado en el tiempo. Mia estaba absorta en las fotos, sus ojos brillaban con admiración mientras absorbía cada detalle.

—Es impresionante cómo captura la esencia de cada momento —comenté, sintiendo una conexión instantánea con Mia a través de nuestra mutua apreciación por el arte visual.

Mia asintió, su rostro iluminado por una sonrisa genuina. —Sí, es como si cada foto tuviera su propia historia —dijo, su voz llena de emoción.

Después de un rato, el hombre nos ofreció tomar una foto juntos, y aceptamos con entusiasmo. Nos posicionamos frente a la cámara, y en ese momento, Mia rodeó mi cintura con un brazo, apretándome ligeramente contra ella mientras sonreíamos para la foto.

—¡Listos! ¡Sonrían! —exclamó el hombre, y el obturador de la cámara hizo clic mientras capturaba el momento.

Después de admirar las fotografías, el hombre se volvió hacia mí con una sonrisa amable.

—Me alegra que les hayan gustado las imágenes —dijo con calidez. —Aquí tienen las dos copias impresas, una para cada uno. Extendió las fotografías hacia mí, y las tomé con gratitud, agradecido por el bello recuerdo.

Las fotografía capturaba un momentos efímero que dejaba una huella eterna en nuestros corazones

Mientras sostenía las fotos en mis manos, miré a Mia y le ofrecí una de las imágenes con un gesto gentil.

—Quise que tuviéramos un recuerdo de este hermoso día juntos —dije con suavidad, esperando que apreciara el gesto.

Mia recibió la foto con una expresión de sorpresa y alegría.

—¡Me encanta, Alex! ¡Gracias! —exclamó, con sincera emoción. Su agradecimiento me llenó de calidez, y cuando me abrazó repentinamente, me sentí sorprendido pero feliz por su reacción.

Correspondí al abrazo, sintiendo cómo el calor de Mia se filtraba a través de la cercanía. Nos sonrojamos ante el contacto cercano y el dulce gesto compartido, permitiendo que la emoción del momento nos envolviera en un abrazo cálido y reconfortante. Sus ojos se encontraron con los míos por unos preciosos instantes, y en ese breve lapso, pude ver algo diferente en su mirada. Era como si sus ojos me revelaran un mundo de emociones hasta entonces desconocidas, un atisbo de lo que yacía en lo más profundo de su corazón.

Mis ojos descendieron por su rostro hasta posarse en sus labios, un gesto instintivo que revelaba mis propios sentimientos. En ese instante, Mia desvió la mirada, rompiendo el hechizo que nos había envuelto. La atmósfera del momento cambió repentinamente, dejando un rastro de tensión en el aire.

—Sí, creo que es hora de continuar —musité, tratando de recuperar la compostura mientras sugería retomar nuestro paseo. Era evidente que algo había cambiado entre nosotros, un cambio sutil pero significativo que prometía alterar el curso de nuestra relación para siempre.

Aquello que Nunca FuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora