Epílogo

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Después de aquel encuentro con Mía, una sensación de paz y determinación se apoderó de mí. Decidí concentrarme en mi relación con Sara, comprometiéndome a ser el mejor compañero posible para ella. Nuestro amor creció con el tiempo, fortalecido por la honestidad y la confianza que compartíamos.

Mía, por su parte, se sumergió en su pasión por la fotografía, encontrando consuelo y expresión en la captura de momentos efímeros con su cámara. A medida que el tiempo pasaba, admiraba su crecimiento y dedicación, pero también sentía una punzada de nostalgia por lo que una vez compartimos.

A pesar de seguir caminos separados, Mía y yo mantuvimos una amistad a distancia, compartiendo de vez en cuando mensajes y recuerdos que nos mantenían unidos, aunque físicamente distantes. Sin embargo, la pregunta persistente sobre lo que podría haber sido entre nosotros seguía latente en mi mente, alimentando una sensación de incertidumbre y deseo no resuelto.

Un día, mientras caminaba por las transitadas calles de la ciudad, mis ojos se encontraron con una figura familiar que cargaba una caja bastante pesada. No podía creer lo que veían mis ojos: era Mía, luchando por mantener el equilibrio mientras llevaba la carga.

Sin pensarlo dos veces, me acerqué a ella y le ofrecí ayuda. Mía me miró con sorpresa y gratitud, aceptando mi ayuda sin dudarlo. Juntos, caminamos por las calles, compartiendo risas y conversaciones como si el tiempo no hubiera pasado desde nuestra última reunión.

Al llegar a la puerta de su casa, Mía luchaba por mantener el equilibrio con todas las bolsas que llevaba en las manos. En un instante de descuido, las llaves cayeron al suelo con un tintineo metálico.

Ambos nos agachamos para recoger las llaves, y en ese momento, nuestras manos se encontraron en un instante de conexión palpable. El roce de su piel contra la mía envió un escalofrío por mi espina dorsal, y pude sentir el latido acelerado de mi corazón, sincronizándose con el suyo. Me perdí en sus ojos verdes, atrapado en un torbellino de emociones mientras recordaba todo lo que habíamos compartido en el pasado.

Por un instante, el mundo parecía detenerse a nuestro alrededor, y una chispa de esperanza se encendió en mi pecho. Pero antes de que pudiera decir una palabra, la puerta de la casa se abrió de golpe y una voz masculina llamó a Mía desde el interior.

Era un chico que nunca antes había visto. Mía se apresuró a recoger las llaves y se despidió rápidamente de mí, dejando atrás una sensación de lo que podría haber sido.

Mientras la veía alejarse, me quedé parado en la acera, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Noté algo brillando entre ellas en el suelo. Me agaché para recogerlo y vi que era un brazalete, una que había visto antes en la muñeca de Mía. Era un delicado brazalete de plata con un pequeño dije en forma de estrella.

Un escalofrío recorrió mi espalda al reconocerlo. Recordaba haberle preguntado una vez sobre ese brazalete, y ella me contó que era un regalo de su madre, algo que siempre llevaba consigo como un recordatorio de su amor y apoyo.

Miré hacia la casa de Mía, sintiendo la calidez del brazalete en mi bolsillo. Sabía que debía devolvérselo, pero también comprendí que ese momento no era el adecuado. Con una mezcla de determinación y esperanza palpable en mi corazón, decidí guardar el brazalete para un próximo encuentro, donde esperaba poder entregárselo y tal vez desvelar los secretos que aún quedaban entre nosotros.

Aquello que Nunca FuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora