Capítulo 4: Palabras No Dichas

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El reloj marcaba las diez de la noche cuando me encontraba sentado en mi habitación, con la luz tenue de una lámpara de escritorio iluminando apenas el espacio a mi alrededor. Mis pensamientos daban vueltas en mi cabeza, como una maraña de emociones confusas que se negaban a ser ordenadas. Desde que conocí a Mía, mi mundo había experimentado un cambio sutil pero significativo. Cada momento compartido con ella había dejado una marca indeleble en mi corazón, y ahora me encontraba en un punto de inflexión, enfrentándome a una verdad incómoda: me estaba enamorando de ella.

La idea era aterradora y emocionante al mismo tiempo. Me había acostumbrado a la compañía de Mía, a sus risas, a sus historias, a la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba de algo que le apasionaba. Pero ahora, con cada encuentro, cada gesto amable, cada mirada furtiva, me encontraba cada vez más profundamente cautivado por ella.

Sin embargo, la confesión de mis sentimientos era un territorio desconocido y aterrador. ¿Y si ella no sentía lo mismo? ¿Y si arruinaba nuestra amistad al abrir mi corazón de par en par? Estas dudas y temores se agolpaban en mi mente, como una tormenta que se avecinaba en el horizonte.

Durante nuestras conversaciones en la cafetería, había momentos en los que casi podía escuchar las palabras que quería decirle flotando en el aire entre nosotros. Pero cada vez, las empujaba hacia el fondo de mi garganta, ahogándolas con el miedo y la incertidumbre.

Ahora, en la quietud de mi habitación, me enfrentaba a una elección difícil. ¿Debería arriesgarme y decirle a Mía lo que realmente sentía, o debería mantener mis sentimientos ocultos para proteger nuestra amistad? La tensión emocional se construía dentro de mí, una batalla entre el deseo de la verdad y el miedo al rechazo.

En medio de este torbellino de emociones, una cosa era segura: algo tenía que cambiar. No podía seguir viviendo en la sombra de lo que podría ser. Era hora de enfrentar la verdad, de expresar lo que estaba en mi corazón, sin importar las consecuencias.

Con determinación, me puse de pie y tomé mi teléfono. Escribí un mensaje a Mía, invitándola a reunirse conmigo al día siguiente en nuestro lugar habitual. Sabía que era horade dejar de lado el miedo y enfrentar la realidad, sin importar cómo terminara. Era hora de dejar de lado las palabras no dichas y enfrentar la verdad de frente.

Aquello que Nunca FuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora