~como odio esto~
Me levanté con un nudo en el estómago, anticipando otro día tenso en la casa. Bajé las escaleras y me dirigí a la cocina, donde encontré a mis abuelos ya despiertos y listos para el desayuno.
"¡Buenos días, abuelitos!", saludé con entusiasmo, tratando de disimular mis nervios.
"Buenos días, Isadora querida", respondió mi abuelita con una sonrisa. "¿Cómo dormiste?"
"¡Muy bien, gracias!", respondí, tratando de ignorar la mirada fría de Verónica, quien estaba sentada a la mesa.
"Buenos días", dijo Verónica secamente, sin levantar la mirada de su taza de café.
"Buenos días", respondí brevemente, sintiendo el peso de la tensión en el aire.
Mi abuelo rompió el silencio con su voz amable. "Isadora, ¿qué te gustaría para desayunar hoy?"
Mientras respondía a mi abuelo y elegía mi desayuno, no pude evitar notar que Verónica apenas tocaba su comida, sumida en sus propios pensamientos. La incomodidad en la mesa era palpable, y me esforcé por mantener la compostura mientras me preparaba para otro día difícil.
Intenté ignorar a Verónica lo mejor que pude, pero su voz cortante interrumpió mi intento de concentración mientras me preparaba para el día.
"Después de desayunar, iré al centro", anunció Verónica, dirigiéndose a mis abuelos como si yo no estuviera presente.
Giré la cabeza hacia otro lado, sintiendo una oleada de frustración. No quería pasar más tiempo del necesario con Verónica, pero mis abuelos tenían otros planes.
"Isadora, ¿por qué no acompañas a Verónica?" sugirió mi abuela, mirándome con expectativa.
Tragué saliva, luchando contra la sensación de molestia que crecía dentro de mí. "Tengo otras cosas que hacer hoy", respondí, tratando de encontrar una excusa válida.
Pero mis abuelos no aceptaron mi negativa. "Sería bueno que la acompañes, Isadora", insistió mi abuelo, poniendo fin a cualquier posibilidad de escapatoria. Respiré profundamente, resignada a la idea de tener que pasar más tiempo con Verónica de lo que hubiera deseado.
Verónica soltó un comentario sarcástico que me hizo apretar los puños con frustración. "Oh, sería un placer que me acompañaras, Isadora", dijo con un tono de voz que dejaba claro su desdén.
Traté de mantener la compostura, forzando una sonrisa tensa. "Claro, estaré encantada", respondí con una falsa amabilidad, deseando poder evitar esta situación por completo.
Mis abuelos parecieron satisfechos con mi respuesta, pero por dentro, estaba ardiendo de irritación. Estaba atrapada, obligada a pasar el día acompañando a Verónica en sus asuntos, cuando lo único que quería era alejarme de ella lo más posible.
Terminamos el desayuno y mis abuelos sugirieron que Veronica y yo tomáramos las bicicletas para ir al centro en lugar de caminar. Acepté, aunque no estaba emocionada con la idea. Salimos de la casa y en un tono seco, le pregunté a Verónica si sabía andar en bicicleta.
"¿Tú sabes cómo montar una bicicleta?" le pregunté, tratando de mantener mi tono lo más neutro posible.
Verónica respondió con un toque de sarcasmo, "¡Oh, claro que sí! Es como andar en patineta, ¿no?"
Su respuesta no ayudó a aliviar la tensión que ya se estaba acumulando entre nosotras. Montamos en las bicicletas y comenzamos a pedalear por las tranquilas calles hacia el centro de la ciudad. Ninguna de las dos estaba hablando mucho, y el silencio incómodo pesaba sobre nosotros.
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Rastros de tinta
RomanceEn un tranquilo pueblo italiano, Isadora Fontana, una joven de 17 años, vive con sus abuelos en una casa llena de historia y misterio. Un día, Verónica Fuller, una escritora australiana en busca de tranquilidad y una nueva dirección para su carrera...