~Roma~
Los rayos del sol acariciaban mi rostro mientras permanecía en la azotea, perdida en mis pensamientos sobre Verónica. Sin embargo, conforme repasaba cada recuerdo compartido, una sensación de deseo comenzaba a crecer dentro de mí, eclipsando momentáneamente la tristeza que había estado plagando mi corazón.
Cada imagen de Verónica que se materializaba en mi mente encendía una chispa de pasión en lo más profundo de mi ser, haciendo que mi cuerpo respondiera con una urgencia palpable. Su sonrisa traviesa, sus labios ardientes, sus caricias provocativas... todo ello despertaba un anhelo ardiente en mí, un deseo insaciable de sentir su tacto, su aliento, su presencia.
Mis pensamientos se volvían cada vez más atrevidos, más vívidos, y pronto me encontré sumergida en un mar de fantasías lascivas que giraban en torno a nosotras dos. Cerré los ojos y dejé que mi imaginación se desbordara, explorando los rincones más íntimos y apasionados de nuestra conexión.
Cada susurro, cada roce, cada gemido resonaba en mi mente con una intensidad embriagadora, haciendo que mi pulso se acelerara y mi piel se erizara de anticipación. La sola idea de estar junto a Verónica de nuevo, de perderme en sus brazos y en sus caricias, era suficiente para encender una llama de deseo que ardía sin control dentro de mí.
Así que, en medio de aquel oasis de recuerdos y anhelos, me dejé llevar por la corriente de la pasión, entregándome por completo a la vorágine de sensaciones que me envolvía.
Me interrumpí bruscamente al sentir la presencia de alguien más en la azotea. Miré hacia arriba y allí estaba Verónica, con una sonrisa traviesa jugueteando en sus labios mientras se acercaba y tomaba asiento frente a mí.
"¿Qué estabas haciendo, Isa?" preguntó con una mirada curiosa.
Fruncí el ceño ligeramente, tratando de ocultar mi nerviosismo. "Nada, solo... pensando", respondí, desviando la mirada hacia otro lado.
Verónica no parecía convencida por mi respuesta. Conocía demasiado bien mi manera de actuar. "¿Segura?" insistió, su tono juguetón evidente en cada palabra.
Mi irritación empezaba a crecer ante su persistencia. "Sí, estoy segura. ¿Por qué no me crees?" respondí con cierto dejo de molestia en mi voz.
Pero Verónica no se dejaba engañar tan fácilmente. Siguió indagando, provocando una chispa de frustración en mi interior. Cada pregunta suya solo aumentaba mi incomodidad.
"¿Estabas... haciendo algo... específico?" preguntó con una sonrisa pícara.
"¡No, Verónica! ¡No estaba haciendo nada específico!" respondí, sintiendo cómo la tensión se acumulaba entre nosotras.
A pesar de mi negativa, Verónica continuaba con su juego, y yo me encontraba cada vez más irritable. No quería admitirlo en voz alta, pero ella sabía muy bien lo que había estado pasando por mi mente.
Verónica se acercó aún más, tomando una de mis manos con la que me había estado tocando. Su proximidad hizo que mi corazón latiera con fuerza, pero traté de mantener la compostura. Sin embargo, su siguiente movimiento me tomó por sorpresa: intentó poner mi mano en su boca, como si quisiera besarla o lamerla. Instintivamente, retiré mi mano, sorprendida por su atrevimiento.
"No, no hagas eso" le dije, tratando de sonar firme pero sin perder la calma.
Ella volvió a agarrar mi mano, esta vez con más fuerza, y me instó a no resistirme.
"No te hagas la difícil, Isa", dijo con una sonrisa traviesa.
Sentí un pinchazo de dolor cuando apretó mi mano, y no pude evitar quejarme.
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Rastros de tinta
RomanceEn un tranquilo pueblo italiano, Isadora Fontana, una joven de 17 años, vive con sus abuelos en una casa llena de historia y misterio. Un día, Verónica Fuller, una escritora australiana en busca de tranquilidad y una nueva dirección para su carrera...