Lauren
Le envié a Camila la información que necesitaba para su mudanza exactamente al mediodía del domingo. No por miedo a que montara una escena delante de mí edificio, sino por admiración a regañadientes por el truco que había hecho en mi exposición.
Resultó que la delicada rosita tenía algo de acero en sus espinas después de todo.
El fin de semana siguiente, Camila se presentó de nuevo en mi casa, esta vez con un ejército de mudanzas.
Greta, mi ama de llaves, y Edward, mi mayordomo, se encargaron de guiar a los de la mudanza por el apartamento mientras yo llevaba a Camila a su habitación.
Ninguno de los dos hablaba, y el silencio se ampliaba a cada paso hasta convertirse en una eternidad viva, que respiraba entre nosotros.
El enfado se abrió paso en mi pecho.
Camila se había mostrado perfectamente amable con Greta, Edward y el resto de mi personal, a quienes había saludado con cálidas sonrisas y putas galletas de Levain. Pero cuando llegaba a mí, se cerraba como si yo fuera la que se había mudado a su casa y había interrumpido su vida cuidadosamente planificada.
Como si fuera yo la que se hubiera presentado sin invitación en su fiesta con un traje que podría poner a un hombre de rodillas.
Una semana más tarde, la imagen de ese vestido negro pegado a sus curvas seguía grabada en mi mente, al igual que el fuego en sus ojos cuando se enfrentó conmigo.
Ahora no había nada de ese fuego. Camila era la imagen de la elegancia fría caminando a mi lado, y eso me enfurecía sin ninguna razón explicable.
O tal vez mi ira tenía que ver con el hecho de que, incluso con una blusa y una falda informales, su presencia despertaba un calor no deseado en mis entrañas. Mi cuerpo nunca había reaccionado de forma tan visceral ante nadie, y ni siquiera me gustaba.
Nos detuvimos frente a una puerta de madera tallada.
—Esta es tu habitación. —La había instalado en la suite más alejada de la mía, y todavía estaba demasiado cerca—. Greta desempacará por más tarde.
Mi voz sonó anormalmente fuerte después de la opresiva tranquilidad.
Una de sus cejas se levantó. —Habitaciones separadas hasta el matrimonio. No sabía que fueras tan tradicionalista.
—No me había dado cuenta de que estuvieras tan ansiosa por compartir la cama conmigo.
Una pequeña sonrisa curvó mi boca cuando las mejillas de Camila se sonrosaron. Fue su primera pérdida de compostura en toda la mañana.
—No he dicho que quiera compartir la cama contigo —dijo con frialdad—. Simplemente he señalado lo anticuado de tu pensamiento. Dormir en habitaciones separadas es para los matrimonios que se pelean, no para los recién prometidos que se supone que están enamorados. Se correrá la voz. La gente hablará.
—No lo hará, y no lo harán. —El personal de mi casa llevaba años conmigo y me enorgullecía de su discreción—. Si lo hacen, me encargaré de ello. Pero ya que estamos en el tema de la imagen pública, deberíamos establecer los límites de nuestra relación.
—Ah, la comunicación. Creo que por fin te has graduado de la etapa neandertal de tu vida.
Ignoré su irónico insulto y continué: —En público, interpretaremos el papel de una pareja cariñosa. Asistiremos a eventos juntos, sonreiremos para las cámaras y fingiremos que nos gustamos. También tendrás pleno acceso a la cartera de marcas del Grupo Jauregi. Si quieres algo de cualquiera de nuestras colecciones, llama a mi asistente Helena y ella se encargará de ello. En tu mesita de noche encontrarás su número, una Amex negra y tu anillo de compromiso. Llévalo.
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Pride Queen
Romance-No lo olvides. -Apreté mis dedos contra su nuca, obligándola a mirarme-. Eres mi prometida, no la de nadie más. Me importa una mierda lo guapas que sean o el tipo de acento que tengan. Eres mía, y nadie... -Bajé la cabeza, mis labios rozando los su...