LaurenCamila y yo tuvimos una semana más de felicidad antes de que sus padres llegaran a la ciudad como un tornado. Repentinos, inesperados y dejando un camino de destrucción a su paso.
Un minuto, estaba planeando una cita con Camila en la sinfonía. Al siguiente, estaba sentada frente a Alejandro y Sinuhe en Le Charles, luchando por no borrar la sonrisa de satisfacción de la cara de Alejandro.
Nuestra conversación sobre él en el Valhalla lo había convocado como un demonio salido del infierno.
—Me alegro de que hayamos podido hacer que esto funcione. — Desplegó su servilleta y la colocó sobre su regazo—. Espero que no interrumpamos demasiado sus planes.
—En absoluto. —Camila colocó su mano sobre la mía por debajo de la mesa y desenroscó suavemente mi puño—. Estamos encantados de verte.
Permanecí en silencio.
Sus padres habían llegado, sin avisar, esa mañana y habían pedido cenar con nosotros en algún momento de su estancia. Teniendo en cuenta que solo estaban aquí por dos noches, y que tenían entradas para un espectáculo de Broadway con amigos mañana, esta noche era la única opción.
—No te hemos visto desde Navidad, así que pensamos en venir a vernos. Ver cómo va la planificación de la boda. —Sinu jugó con sus perlas—. Nunca respondiste a mi pregunta del otro día sobre las flores.
¿Seguimos adelante con los lirios?
Camila se removió en su asiento. En lugar de su habitual vestido, tacones y lápiz de labios rojo, llevaba un traje de tweed similar al de nuestro primer encuentro. Su collar era idéntico al de su madre, y la chispeante vivacidad que yo había llegado a apreciar se había apagado en una dolorosa gentileza.
No era ella; era una versión clónica de Stepford que solo aparecía cuando Alejandri y Sinu estaban en la habitación, y la odiaba.
—Sí —dijo—. Los lirios están bien.
—Excelente. —Sinu sonrió—. Ahora, sobre el pastel...
Por suerte, nuestro camarero apareció en ese momento y la interrumpió antes de que se lanzara a una perorata sobre el glaseado o sobre lo que fuera que quisiera hablar.
—Tomaremos el caviar Golden Imperial y el tartar de atún sobre foie gras para empezar, y las chuletas de cordero como plato principal —dijo Alejandro, pidiendo para él y para su mujer. Le entregó el menú al camarero sin mirarlo.
—Yo quiero los tallarines, por favor —dijo Camila.
Alejandro frunció las cejas. —Este no es un restaurante italiano, Camila. Son conocidos por su cordero. ¿Por qué no pides eso en su lugar?
Porque no le gusta el cordero, cabrón.
Mis dientes traseros se apretaron. Incluso si Alejandro no me estuviera chantajeando, lo despreciaría.
¿Cómo pudo pasar veintiocho años sin saber la aversión de su hija a esa carne en particular? O tal vez simplemente no le importaba.
—La lista de espera para una reserva en Le Charles es de cuatro meses —dijo Alejandro—. Incluso el gobernador ene problemas para conseguir una mesa cuando está en la ciudad. Es ridículo desperdiciar una comida aquí en algo que no sea lo mejor.
—Yo... —Camila vaciló—. Tienes razón. ¿Puedo cambiar mi pedido por el de cordero, por favor? —Le dedicó al camarero una sonrisa de disculpa —. Gracias.
—Por supuesto. —La expresión de cortesía del camarero no vaciló. Por la reacción que mostró, bien podríamos estar hablando del tiempo—. ¿Y para usted, señora Jauregui?
ESTÁS LEYENDO
Pride Queen
Romance-No lo olvides. -Apreté mis dedos contra su nuca, obligándola a mirarme-. Eres mi prometida, no la de nadie más. Me importa una mierda lo guapas que sean o el tipo de acento que tengan. Eres mía, y nadie... -Bajé la cabeza, mis labios rozando los su...