Prólogo.

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Era una mañana como muchas otras en Sacramento, la capital del estado de California. El invierno estaba terminando y el clima ya templado hacía pensar en una primavera quizás demasiado temprana, pero nadie parecía quejarse. La llegada del buen tiempo había reducido notablemente el tráfico en las calles, haciendo que los habitantes de esta ciudad fueran aún más tranquilos, nada sorprendente... al fin y al cabo, la reputación de Sacramento siempre había sido la de una de las ciudades más tranquilas de Estados Unidos, con un bajo índice de criminalidad, siendo así el lugar ideal para las familias.

Sin embargo, para las fuerzas del orden, cuando la Asamblea General de California estaba en el Capitolio, la ciudad no era tan fácil de administrar. Todos los Senadores de California y la Asamblea Estatal fueron invitados a asistir a ese evento... un evento que se llevaría a cabo en dos días.

La agitación de la ciudad todavía estaba bajo control. La gente seguía con sus vidas como siempre, yendo a trabajar, a la escuela, a casa, riendo, bromeando, discutiendo, haciendo las paces y luego empezando de nuevo. Y así era el ambiente en North Street, Lincoln Highway, pero toda esa calma y toda esa tranquilidad pronto fueron reemplazadas por gritos de miedo y pánico. 

Un gran estruendo había roto la rutina, provocando el caos. Un coche había explotado justo delante del edificio del Gobierno estatal, sede de los senadores demócratas. La explosión había sacudido la cuadra entera, las ventanas del edificio habían estallado en mil pedazos y un incendio daba inicio en el edificio.

Los servicios de emergencia ya estaban en el lugar. Los bomberos se ocupaban de las llamas y evacuaban a las personas del edificio, los paramédicos atendían a los heridos, mientras que la policía ya había acordonado la zona de seguridad para los curiosos y la prensa.

Entre los evacuados se encontraba también la senadora Clarke Jane Griffin y su personal, quienes en ese momento estaban siendo acompañados por paramédicos para los controles pertinentes. A primera vista se veían todos bien, tal vez solo estaban un poco conmocionados por lo que había pasado... algo así nunca había sucedido.

Clarke no tenía idea de lo que estaba ocurriendo, no fue hasta que salió del edificio que se dio cuenta. Su coche estaba completamente en llamas, las puertas eran un vago recuerdo y el asfalto estaba completamente cubierto de fragmentos de vidrio.

— ¡¿Qué carajos?!  — exclamó, llamando la atención de su jefa de gabinete, Raven Reyes.

-— No se puede negar... ¡Tu candidatura a Gobernador causó un bombazo! —respondió Reyes, tratando de restarle importancia a la situación.

— Por favor, Raven, este no parece el momento para tu humor macabro.

— Fue solo un vano intento de restar importancia a las cosas. Sin embargo, senadora, tiene razón, mi comentario estuvo fuera de lugar, le pido disculpas —se apresuró a decir la Jefa de Gabinete.

—Raven, deja de ser tan formal y trata de averiguar qué pasó y, sobre todo, si hay algún herido — ordenó la Senadora.

Reyes asintió y se fue a investigar lo ocurrido. 

Clarke, en cambio, se vio obligada a seguir a los paramédicos para que se cercioraran de que no había sufrido daños, junto con sus fieles guardaespaldas Bellamy y Octavia Blake.

Griffin continuó mirando a su alrededor con incredulidad ante el desastre que se cernía frente a ella, el pensar que ella era el objetivo de ese ataque se estaba volviendo una certeza, pero eso no era lo que le preocupaba. Su mayor preocupación era otra: si alguien resultaba herido o moría como consecuencia de esta masacre, Clarke nunca podría perdonarse a sí misma. Se preocupaba por el bienestar de sus ciudadanos, tal vez primero que del suyo propio, y no podía tolerar el hecho de que algunos idiotas se hubieran arriesgado a realizar una masacre para silenciarla.

The Bodyguard (Clexa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora